Una sirena entre dos Buckley

Tim Buckley murió en un cuarto de urgencias del Hospital Santa Monica el 29 de junio de 1975. Eran casi las diez de la noche cuando una sobredosis de heroína y morfina, previa ingesta de alcohol, acabó con el cantautor de los rizos despeinados.

Falleció a la deriva, entre una camilla que rechinaba y un techo mudo, lejos del mar picado y de los cánticos de las sirenas, doncellas con cola de pez que se ocultan en las quillas de los barcos y sugieren a los incautos arrojarse a buscar la eterna felicidad.

Se fue con la sangre llena de químicos, cinco años después de publicar «Song to the Siren», una composición etérea con letras azuladas que no pertenecen a la tierra, a los árboles ni a los que están completamente vivos: “And you sang, sail to me, sail to me, let me enfold you. Here I am, here I am, waiting to hold you…” La estrofa pareciera el más terso y celestial de los cantares, uno cuyo origen no se ve, pero aletea entre la brisa y una ola que se le escapó al mar para venir a seducir hombres ingenuos, enamorados y sentimentalmente despedazados. Versos bellísimos y escalofriantes sacados de un poema de Larry Beckett, amigo y colaborador de Buckley en la década de los 60.

«La canción parecía existir desde antes, en una especie de esfera platónica; yo solo le puse accesorios. Fue inspiración pura. Cuando le enseñé las letras a mi amigo Tim, una mañana después de desayunar, tomó su guitarra y empezó a tocar la melodía», reveló Beckett en el podcast Soul Music de la BBC. «La imagen de las sirenas me intrigaba. La extraje del canto XII de La Odisea de Homero, donde los marineros intentan escuchar lo que cantan esas voces femeninas».

Una noche, veintidós años después de la muerte de Tim, su hijo Jeff Buckley se quedó observando el correr del Río Wolf de Memphis, una vertiente del Mississippi, susurró el “A-way, way down inside…” de “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin y caminó hacia las aguas sin chistar ni quitarse una sola prenda. A paso hipnótico, su caminar se vació de vida y se llenó de agua.

Nadie volvió a verlo sino hasta cinco días después, cuando su cuerpo fue hallado a la deriva por un pescador. Algunos locales aseguraron que fue arrastrado por las aguas volubles que prometen mecer sin matar; otros ensancharon el mito diciendo que picó el llamado de una sirena, meliflua e ineludible, y fue hacia ella, tal cual recitó su padre décadas atrás con una guitarra en las manos. «Hear me sing: Swim to me, swim to me, let me enfold you, here I am, here I am, waiting to hold you…’»

A la mitad de las tragedias de los Buckley está Elizabeth Fraser, con su voz irreal, su piel espectral y sus ojos de chiquilla asustada. La joven de Cocteau Twins que en 1983, con veinte años, grabó la variación más acuosa de «Song to the Siren» como parte de un proyecto indie llamado This Mortal Coil.

Jeff y Elizabeth se conocieron cuando él escuchó esa nueva versión de la pieza de su padre, ahora en voz de la escocesa. Obnubilado, la contactó sin demora. Un par de salidas en 1994 y luego un romance que no desdobló demasiados meses (terminaron menos de dos años después) pero sí abrió laberintos fascinantes en Venus, Saturno y algún otro escondite. Fueron el uno para el otro sin que casi nadie lo supiera, arrebatados mutuamente por corto tiempo y para siempre. «Yo estaba atravesando un momento duro, así que Jeff fue una fuente que le devolvió color a mi vida. Él me idolatraba incluso antes de conocerme, algo que quizá suene espeluznante. Puedo sonar ridícula, pero es la verdad. Simplemente no pude evitar enamorarme de él. Era adorable. Leí sus diarios y él leyó los míos, intercambiamos cosas muy personales. Nunca hice eso con nadie más», confesó Fraser en un documental de la BBC.

No existe una sola foto de la pareja mientras lo fue, tampoco una de Jeff caminando e inundándose poco a poco. Mucho menos, una imagen de la sirena que se le escapó al mar y vino a la ribera por un nuevo chico ingenuo, enamorado y sentimentalmente despedazado.

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