Cynthia Hetfield y la guerra

Una tarde de 1972 James Hetfield se topó de frente con la música. Mientras su madre desenrollaba chismorreo de señoras con una vecina, el niño de ocho años mitigó los bostezos y el aburrimiento merodeando en casa ajena durante largo rato hasta que en un rincón halló un viejo piano que le invitó a juguetear y a desmenuzar ocurrencias. Tomó asiento y empezó a crear universos desafinados con las teclas, maniobra que derivó en dos acontecimientos: la disculpa respectiva por interrumpir la quietud de la tarde, y la sentencia a tomar lecciones de aquel instrumento por los próximos dieciocho meses, aprendiendo únicamente piezas de maestros clásicos.

«Sí», respondió tibiamente James cuando su madre Cynthia, una bella mujerona de cabellos oscuros, cejas tupidas y fascinación por la ópera ligera, le notificó el inicio de las clases de piano.

«Fue difícil, pero agradezco que me lo impusieran porque el hecho de que la mano izquierda y la derecha hicieran cosas diferentes y al mismo tiempo cantara, me dio mucha idea de lo que hoy hago», admitió Hetfield treinta y siete años después de aquel día, con una sonrisa nostálgica recordando a mamá y en plena parada de una colosal gira de estadios con el logo de Metallica impreso en miles de boletos.

El abandono de su padre Virgil en 1976 y la muerte de Cynthia en 1980 por un cáncer al cual los preceptos de la Ciencia Cristiana impidieron combatir (la familia creía que la fuerza espiritual, y no la medicina, haría frente a cualquier mal) despedazaron la adolescencia de James e incubaron en éste una debilidad por el alcohol y un resentimiento que volcaría en temas de Metallica con títulos inmisericordes: «Dyers Eve», «The God that Failed», «Mama Said».

Cuando el cuarteto irrumpió en el universo MTV en enero de 1989 con el estreno de «One», su primer video, el melenudo Hetfield y sus tres amigos presumieron a diestra y siniestra el fastuoso cuarto track de …And Justice for All. Profundizando en los bombardeos, la destrucción y los traumas desprendidos de la Primera Guerra Mundial, las letras empataban con el guion de la película Johnny Got His Gun, donde un soldado despierta en una cama de hospital sin brazos, piernas y una parte de su cara tras un estallido, e implora a los médicos cortar su agonía. La desgracia no está en la proximidad de la muerte, sino en el intervalo exacto donde no puede seguir viviendo ni tampoco morir («Darkness imprisoning me, all that I see, absolute horror, I cannot live, I cannot die, trapped in myself…«). La voz salvaje de Hetfield truena en el videoclip mientras los médicos están lejos de comprender la condición del soldado. Uno de ellos dice… “Es imposible que un descerebrado experimente dolor, placer, memoria, sueños o pensamientos de cualquier tipo. Este joven será tan insensible e irreflexivo como los muertos hasta el día en que se una a ellos”.

En 2013 el polémico Howard Stern invitó a Metallica a su programa televisivo y un minuto antes de dejarles interpretar «One», pidió a Hetfield hablar sobre el origen del corte. «Mi hermano Dave me contó de una novela llamada Johnny Got His Gun, en la cual un hombre era prisionero de su propio cuerpo. Me sentí identificado porque yo sentí eso, no en el sentido de no poder hablar o escuchar o usar mis extremidades, pero conecté con ello, con estar como atrapado en tu propia piel y en lo desesperante que esto puede ser. El mayor de los infiernos es no poder comunicarte con nadie. Lo loco de todo esto es que pensé que mi infancia había sido algo normal», dijo el vocalista.

Stern reviró a James de un modo en que la sonrisa de éste se difuminó y sus ojos, temblorinos, parecieron volver a 1980: «Tu padre se fue cuando tenías trece años y no volviste a saber del tipo, quien dejó desamparada a tu familia. Y tu madre murió poco después de cáncer, lo que te dejó esencialmente huérfano. Así que cuando oímos una canción como ‘One’, no solo hablamos de alguien que quedó sin extremidades y que está atrapado, sino que en muchos sentidos se trata de ti, de quien fue separado del resto del mundo de golpe. Eres ese chico al que le amputaron todo».

«Sí», respondió tibiamente James, con la mirada alicaída y los hombros vencidos. El ídolo rubio que un día se enamoró de un piano ajeno y al que la Ciencia Cristiana impidió salvar la vida de su amada Cynthia.

Otro tipo de guerra, otro estallido. Y sus secuelas.

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