En el baño de las muchas Dianas

La barroca costumbre de los hombres: pararse frente el urinario, bajarse el cierre, alzar la barbilla y desahogar las ganas mientras mira de izquierda a derecha y de regreso lo que pueda visualizarse en ese cosmos maloliente carente de mujeres.

Es 1979. Un par de horas después de haber pagado su ingreso al club Gilded Grape, en el 719 de la Octava Avenida de Nueva York, donde predominan afroamericanos, jamaicanos, nigerianos y sudafricanos, Nile Rodgers entra al baño, se baja el cierre y emprende el ritual de los hombres que tienen treinta segundos para contemplar todo y nada en calma total, llevando la cabeza del este y al oeste y de regreso.

Pero algo rompe el esquema de Nile, tanto que fuerza el cuello más de lo debido. Cuatro, cinco, seis personajes en el sanitario se ven en el espejo, examinando cada centímetro de sus atuendos extravagantes que de forma inevitable remiten a alguien. «Estoy pasando el rato en este sitio, el famoso Grape, y súbitamente, a cada lado mío, veo drag queens imitando a Diana Ross. No es uno, son varios», recordará Rodgers años después.

Ciertamente, es la mitad de un equipo de fútbol, todos excéntricos y dedicados a montarse una buena pinta, retocarse el polvo y ajustarse el maquillaje. Es una pequeña cofradía la que aquí se reúne todas las noches para asemejarse lo más posible a la guapa desertora de The Supremes, la señora Ross.

Rodgers se sube el cierre y cortésmente solicita un poco de espacio para asearse en uno de los lavamanos mientras continúa observando a estos travestis despampanantes. Invadido por una ansiedad difícil de explicar, sale del baño y huye del recinto con la prisa de quien ha visto un crimen y quiere denunciarlo. «Corro a un teléfono público y llamo a mi cómplice (Bernard Edwards) y le digo: ‘Hagas lo que hagas, escribe: ‘I’m coming out‘. Él está medio dormido y me pregunta qué quiero decir con eso. Y le aclaro… ‘Digo mucho, porque para la comunidad gay ‘Voy a salir’ representa un grito de batalla. Significa lo mismo que aquel ‘Say it loud, I’m black and I’m proud‘ que alguna vez lanzó James Brown”.

Así, en medio de la madrugada y del desvelón, se gesta un acuerdo entre quienes nacieron para ser más que mancuerna. Queda claro y entendido lo esencial. Si acaso, Bernard pide a su amigo que lo deje volver a la cama prometiéndole que trabajará pronto en «I’m Coming Out». Hay prisa y harta presión. Hace meses Diana les exigió escribir piezas de dimensiones jupiterianas para abrir la década de los 80.

Días después, Rodgers y Edwards le entregan la pieza a Ross y en pocos minutos ésta quiere atiborrarlos de besos. Felicidad y excitación, burbujeo y alegría a borbotones… hasta que alguien les aplica el quitarrisas: Frankie Crocker, un DJ neoyorquino muy amigo de la cantante, escucha la canción y le dice a ésta que tales letras desmoronarán su carrera con toda seguridad. Furibunda, Ross regresa con los coescritores del corte y les cuestiona si todo ha sido una trampa y un intento de insinuar que ella es gay. Rodgers no sólo la tranquiliza, sino que le dicta línea: «Diana, eso no tiene sentido, si se arruina tu carrera, nosotros nos arruinamos. Escucha bien: nunca volverás a iniciar un show con otra canción, a pesar de los muchos éxitos que tienes. Esta será la canción con la que salgas todas las noches”.

Nile omite un detalle relevante, algo que reconocerá en 2020, al ser entrevistado por Yahoo: “Escribíamos canciones sobre el mundo de Diana a través de nuestros ojos y es verdad que nunca le conté de la experiencia en el baño del Gilded Grape, esa que me inspiró a escribir. Desafortunadamente, tuve que mentirle porque estaba muy molesta por los comentarios de Crocker. Le dije: «Diana, somos una banda de R&B y cada vez que Bernard y yo estamos a punto de empezar un concierto, decimos… ‘Oye, viejo, ¿cuál es nuestra canción de salida esta noche?’ Diana, ¿acaso tú no le dices eso a tu banda?’ Y ella responde… ‘No, nunca he hecho eso’, a lo que yo replico… ‘Bueno, ¡nosotros lo hacemos todo el tiempo!’ Puedo jurar que es la única vez que le he mentido a un artista”.

Aún gigantesca, experimentada y consagrada, una diva de la música puede pasar cuarenta años abriendo sus conciertos con una misma canción, un hitazo colosal, sin comprender su trasfondo.

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