De bananeros y fantasmas

Treinta años después de vender lo incalculable con su versión de “Day-O (The Banana Boat Song)”, el apuesto y siempre risueño Harry Belafonte recibió un telefonazo de David Geffen, con una pregunta tan estrambótica que el Rey del Calypso creyó que estaba siendo blanco de chacota pura y dura.

Geffen quería incluir su hit cincuentero en una comedia de horror dirigida por Tim Burton donde una pareja de fantasmas contrata los servicios de un tal Betelgeuse (Michael Keaton) para ahuyentar a los nuevos ocupantes de la casa que habían poseído en vida. Intrigado por semejante guion, y no tanto por caridad, Belafonte aceptó. Lo convenció saber, además, que Burton no quería una versión retrabajada de la canción de los plátanos, sino la añeja toma de 1956 con la que se convirtió en el primer solista en la historia en vender un millón de copias tras publicar su disco Calypso.

Con la gloria en taquilla de Beetlejuice, una generación completa asoció la voz de Belafonte a los bailes desarticulados de la pelirroja y nueva dueña de la casa embrujada (Catherine O’Hara) alrededor de un gran comedor.

Pero el fundamento de “Day-O (The Banana Boat Song)» está muy lejos del jaloneo fantasmagórico entre una familia esnob y un par de difuntos empecinados en seguir habitando su mansión. Todo se remonta a un cántico tradicional jamaicano que los asalariados portuarios recitaban animosamente mientras recolectaban pencas de plátano para luego colocarlas en grandes lanchas. Lo hacían de noche para evitarse el achicharrante sol isleño, y a la espera de que arribara el “Tallyman”, emisario encargado de contar los frutos curvados y remunerarles por ello. “Come, mister tallyman, tally me banana, daylight come and he wanna go home. Lift six foot, seven foot, eight foot bunch…

Fue una agotadora tarea frente al mar nocturno, labor que la mayor parte de América desconocía. Esto sembró en Harry la convicción de que sus compatriotas escrutaran con justicia a esos briosos bananeros cuyo país de origen solía asociarse a tres pecados: pereza, gula y lujuria.

«Antes de que Estados Unidos la escuchara, su gente no tenía idea de la rica cultura caribeña (…) Había conjeturas culturales sobre las personas del Caribe: que todos bebían ron, que eran unos locos del sexo y que eran holgazanes, más que labradores de tierras y recolectores de plátanos en favor de los dueños de las plantaciones», comentó Belafonte en el blog Jazz Beyond Jazz. «Así que pensé… ‘Déjenme cantar una redefinición de ellos. Permítanme cantar acerca de individuos que trabajan duro toda la noche por el equivalente al costo de un trago de cerveza’».

Sin importar la década, el veterano de Harlem coleccionó sellos de aeropuertos y diseminó «Day-O» en todo el planeta. Y en innumerables entrevistas y programas televisivos mostró gratitud por la canción que alumbró su vida por más de cincuenta años.

En enero de 1985, parado en la penúltima hilera del elenco de estrellas que como pencas de plátano se amontonaron en una tarima para grabar el sencillo pro África «We are the World», Belafonte recibió un tributo tan espontáneo como intempestivo: en un receso Lionel Richie, Diana Ross, Cyndi Lauper, Michael Jackson, Bob Dylan, Kim Carnes, Ray Charles y otros que integraron aquella constelación de fantasía empezaron a canturrear el himno de los asalariados jamaicanos. Y se hizo la magia. Y retumbaron las voces de adultos recuperando el sol de su infancia. Y a Harry, emocionado, se le aceleró el corazón detrás de su anticuado suéter de lana. Todo excelso hasta que a Stevie Wonder se le ocurrió insertar en el compás una frase improvisada que reventó las carcajadas: «If you drink too much, I’ll have to say… you’ll be driven home… by me or Ray!«

Hilarante momento como el de aquella cena en la casa hechizada. Sucedió ya muy entrada la noche, de madrugada, cuando los bananeros, los vivos y los muertos… hacen todo mejor.

«Work all night on a drink of rum (Daylight come and we want go home). Stack banana ‘til the morning come (Daylight come and we want go home)…«

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