El amor que perdona

En la espesura de la madrugada el supremacista blanco, opositor a la integración racial e integrante del Ku Klux Klan, apodado «Dynamite Bob», dejó lista una carga de dinamita en el sótano de la Iglesia Bautista de la Calle 16 en Birmingham, Alabama.

A las 10:23 horas, las quince varas que Robert Chambliss ató a un fusible en las escaleras contiguas al sanitario de mujeres estallaron para romper el domingo. Addie Mae Collins, Cynthia Wesley y Carole Robertson, de catorce años, y Carol Denise McNair, de once, murieron instantáneamente, mientras que Sara Collins, de diez, pudo salvarse a cambio de perder el ojo derecho y hospedar por años varios trozos de vidrio en la piel. Con la ironía de las tragedias, las cinco niñas habían atendido media hora antes una lección llamada «El amor que perdona».

Sucedió en septiembre, en el trémulo 1963 que sería recordado mucho más por el asesinato de John F. Kennedy en la plaza Dealey de Dallas. Sucedió cuando las pugnas raciales burbujeaban en los vecindarios de Estados Unidos. Sucedió para llorarse por décadas y citarse en discursos masivos, para emprender una investigación parda, deplorable y lenta, y para que, en honor a las mártires, se crearan sollozos en forma de canciones.

Abatido por los encabezados locales que reportaron el hecho, John Coltrane no buscó un título grandilocuente para la pieza que súbitamente afloró en sus intestinos. Fue suficiente sintetizar en una palabra el fuego y el luto de aquel domingo de horror. Compuso «Alabama» evocando los cuerpos inertes de las pequeñas, los ladrillos derruidos, la polvareda de la muerte y los boquetes en las paredes del sótano. Luego, en lacerante soledad, alistó el saxofón para esparcir a los cuatro vientos la rabia y el desconsuelo de miles de negros. Sesenta y cuatro días después del bombazo, Coltrane decidió meterse al estudio en Eglewoods Cliffs, Nueva Jersey, con sus tres cómplices, McCoy Tyner, Jimmy Garrison y Elvin Jones, para hurgar en la herida y grabar la sangre que de ella emanara. Les mostró la escritura base, pero no les explicó el origen de las lúgubres notas.

El resultado tras cinco tandas fue una composición doliente y magistral a partes iguales, incluyendo tres momentos de silencio total en los cuales John pareció quebrarse. O fueron los agujeros de una historia de segregación. O fue el luto que suplicó soltar el saxofón. O fue morir un instante.

Si bien “Trane” jamás confirmó en público que «Alabama» fuese su contestación directa a la masacre de Birmingham, McCoy Tyner reveló que el líder del cuarteto «… leyó en un periódico la transcripción del discurso de las cuatro niñas martirizadas de Martin Luther King, tomó los patrones rítmicos del sermón y nos trajo ‘Alabama’».

«Ellas tienen algo qué decir a cada negro que ha aceptado pasivamente el malvado sistema de segregación y a cada uno que se ha mantenido al margen en la lucha por la justicia. Ellas nos dicen a cada uno de nosotros, blancos y negros, que debemos sustituir la precaución por el coraje…«, lanzó King en aquella prédica que, según algunos, estrujó a tal grado a Coltrane que éste quiso empatarla con una pertinaz llovizna de jazz melancólico.

«La música, siendo la gran expresión del corazón humano, refleja lo que sucede. Sé que hay fuerzas que llevan sufrimiento a otros y miseria al mundo, pero yo deseo ser una fuerza opuesta. Pretendo ser una fuerza verdaderamente positiva», dijo John a Frank Kofsky en noviembre de 1966, poco antes de morir por un cáncer hepático.

Carentes de rencor o encono, las palabras del saxofonista parecieron rememorar aquella lección que las chiquillas tomaron minutos antes del estallido. La mayor de las lecciones, la del amor que todo lo perdona.

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