
En las primeras líneas de «Private Dancer» la voz de Tina Turner planea como flamenco sobre una laguna, suave, sin agitaciones, cándida, tierna.
Ella misma podría pintarse como la damisela echada sobre un sillón con su chico, metiendo sus dedos en los cabellos de su éste, acariciándole sin sobresalto, murmurándole cositas a la oreja mientras la tarde muere.
Casi nadie, ni siquiera en su momento la chica de origen cheroqui nacida en Tennessee, ha hecho entera consciencia de que esos versos empatan con las insinuaciones de una prostituta. Pero es el caso, y por ello el mismísimo creador de las letras, Mark Knopfler, descartó la idea de que «Private Dancer» formase parte del catálogo de su banda.
«En un inicio, estaba tratando de poner mi voz sobre las cintas de Mark, pero surgió un pequeño asunto con la compañía discográfica, con lo cual se sumaron los músicos de Mark, los Dire Straits, y nos metimos al estudio. Alguien me dijo… ‘¿Por qué elegiste Private Dancer? Es una canción sobre una prostituta. ¿Lo decidiste porque tú has sido una?’ Quedé en shock. Yo no la había traducido de ese modo. Puedo ser ingenua sobre ciertas cosas, pero en realidad la respuesta es no, la escogí porque era un tema inusual. Jamás hubiese cantado algo así. Me encantaría que escucharan la versión de Mark porque tiene una voz con un acento demasiado británico y sonaba increíble», contó Tina al DJ Roger Scott con respecto al hit que dio título a su producción de 1984, año en que sus rugidos hicieron temblar a una industria que no estaba lista para apreciarla como solista. Venía de liberarse de los golpes y violaciones de su exesposo Ike Turner y encaraba los reflectores luciendo una melena selvática cuyas dimensiones excedían todos los encuadres fotográficos. Lo hacía, además, con cuarenta y cinco años, edad que casi duplicaba las de las pujantes Whitney Houston y Madonna.
Durante un intercambio con su club de seguidores en 2004, Turner relató una remembranza derivada de una línea específica del single. «Mark dijo que este tema no era para un hombre y que embonaba más para una chica. La grabó, pero decidió no usarla, así que cuando reprodujo el demo, cantó… ‘I’m a private dancer, dancer for money, do what you want me to do‘. Yo le dije… ‘Creo que tienes razón. No es una canción para un chico’. Me gustó mucho, pero no estaba segura de si la chica era una prostituta o si se trataba de una bailarina privada, pero al final tomé la decisión de interpretarla».
El valor de Anna Mae Bullock, la negra de cánticos galopantes, piernas de oro y esa vozarrón furibunda que se sale de este mundo, superó los cuestionamientos y hasta los chascarrillos de aquí y de allá por entonar con sentimiento una canción ligada a la prostitución. A Tina no le movió fibra alguna ni la entumió. La incluyó como uno de los sencillos de aquel álbum de 1984 y se montó en un tour donde cada noche simuló ser una sexy bailarina, cobijada con el más cachondo de los saxofones.
«Private Dancer» fue un kilómetro más de los muchos que marcaron su glorioso retorno. La cuarentona emancipada, la mujer que en julio de 1976, con la boca rota y treinta centavos en el bolso, decidió huir de una vez por todas de las palizas de Ike, escabulléndose mientras éste roncaba, cruzando a toda prisa una autopista y pidiendo refugio a los encargados del Ramada Inn de Dallas para, desde esa misma noche, dormir en paz y planear su nueva vida. No le temía más al qué dirán, había enfrentado todo en su propia alcoba, lo más denigrante, violento y sádico.
Con tales vivencias, interpretar con excelsitud una melodía mal vista por uno que otro juzgón fue juego de niños. Preferible cantar libre y a sus anchas sobre una amazona de la vida alegre que hacerlo como había sido una década antes: tragando sangre sobre el escenario, fingiendo sonrisas frente al público y suplicando en silencio que esa noche su esposo no le deshiciera la mandíbula ni decidiera abusar de ella… en privado.
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