Christine McVie y su ‘Songbird’ apartada de todo

Había sido una madrugada de insomnio y picoteos de inspiración, de epifanía entre sueños y de angustia por no tener a la mano algo con lo cual registrar lo que le había brotado en la cabeza. Christine McVie temía que llegado el amanecer, las luciérnagas que le habían iluminado la almohada se hubiesen ido, con todo y la repentina idea de aquella baladita.

«Por la mañana, entré al estudio temblando como una hoja, porque sabía que tenía algo especial. Dije… ‘Ken, (Caillat, ingeniero y productor del disco Rumours) pon la doble pista, quiero grabar una canción’».

El apremio de la rubia tecladista de Fleetwood Mac era un cometa pasando cuando nadie advirtió ello: el resto del grupo era unos entes adormilados y amigos de la pachorra sin el mínimo interés de mover las piernas. «Creo que todos estaban ahí dentro, fumando opio», recapituló años después Christine.

En los quemantes tiempos de Rumours, lo inaudito era cotidiano, incluso grabar una pieza de porcelana como «Songbird» en medio de jornadas fangosas y fiestas diarias con las que se buscaba suavizar relaciones al borde del acantilado, con la mitad de los cuerpos sumergidos en la furia y la otra apenas a salvo, sacando de lo más hondo de las aguas las canciones de uno de los álbumes más portentosos de la historia.

Y como otras tantas del catálogo del quinteto, esta creación de Christine erigió música eterna en el momento de más naufragios sentimentales de los Fleetwood, maestros del desastre y de la gloria, capaces calmar su ira y abrir una tregua para meterse al estudio, grabar unas cuantas obras maestras como si se tratase de juguetes en serie, salir de ahí y volver a clavarse dagas sin misericordia.

A espaldas de la eléctrica y reverenciada Stevie Nicks, McVie era la rubia adorable y templada a quien le gustaba tomar la ruta corta y componer las gemas más simples, acaso por lo mismo, las más pegajosas y tarareables.

«‘Songbird’ fue escrita en algo así como media hora. Si hubiese podido componer algunas otras canciones así, sería una chica feliz. El tema no tiene que ver con alguien en específico, se relaciona con todos. Mucha gente lo incluye en sus bodas o en sus bar mitzvahs o en el funeral de su perro. Es universal. Es sobre ti y sobre nadie más. Es sobre ti y sobre todos. Así me gusta escribir», dijo McVie, la mujer que falleció en noviembre de 2022, mientras el mundo miraba partidos de futbol en canchas cataríes y Rusia rafagueaba edificios ucranianos, ya para entonces, casi por costumbre.

Era algo semejante al mundo celestial e infernal de los Mac: Christine sacaba notas de terciopelo del teclado, mientras el grupo se lanzaba rocas, exhibía sus trapos sucios y firmaba canciones con dedicatorias clarísimas al ser odiado (antes muy amado) que no era otro que su compañero de banda. Música maravillosa, letras llenas de dinamita. Fleetwood Mac modelo 1977.

Para las sesiones de Rumours, el matrimonio de Chris y John McVie se había hecho cenizas y ambos coqueteaban con otros duendecillos que se aparecían en aquellos meses por el bello Sausalito. «Simplemente creo que es imposible trabajar en una agrupación con tu esposo. Imagina la tensión de vivir con alguien las veinticuatro horas, estar de gira, atravesar situaciones diarias de estrés y añadirle lo negativo que es siempre el exceso de alcohol. Sencillamente reventó».

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