
«I think there’s something you should know, I think it’s time I stopped the show (…) there’s something deep inside of me, there’s someone I forgot to be…«
En las vértebras de uno de sus hits indiscutibles, George Michael confiesa que extraña a George Michael, al de lámparas a media luz, serenidad y silencios. Y se aleja del barullo, hace a un lado las cámaras y busca ese caparazón en el que duerme la esencia del chico que una vez fue.
Acabaron los años 80 con todo y el gran show cegador, la parafernalia, la metralla de flashazos sobre sus gafas de aviador, esa chamarra de cuero con la leyenda Revenge, esa icónica rockola, esa guitarra ahumada y esos vaqueros ajustadísimos que en el video de «Faith» (1987) causaron orgasmos por el puro hecho de estar rotos y enmarcar el irresistible contoneo del inglés de deseado del planeta.
«En algún punto de tu carrera, la situación entre la cámara y tú se invierte. Durante años la cortejas y la necesitas, pero súbitamente es el objeto el que te necesita a ti, es algo semejante a una relación. En el momento en que esto sucede, apagas todo», dijo el autor de «Monkey» al diario Los Angeles Times, volteando las cartas y dejando en claro que había decidido detener la máquina para decolorar su faceta Elvis, olvidarse del estrellato y desmontar al rockstar, aunque ello implicase ponerle cara a los ejecutivos de Sony. ¿La mayor provocación? Oponerse a salir en la portada de Listen Without Prejudice, Vol. 1, disco del que se desprendió «Freedom! ’90» como sencillo en octubre de 1990.
El nacido en Middlesex grita «Freedom!» dieciocho veces, casualmente el mismo número de ocasiones que tres años antes Michael ha tenido que sacudir el trasero en el celebérrimo videoclip de «Faith» por orden de la disquera. Cobijado por espectaculares coros gospel, el grito es desbocado y emancipador, desafiante y frontal. Si antes se extirpó la imagen de los shorts cortos en tono pastel de la época con Wham!, ahora rebanaba todo vestigio, caliente y sexy, de la etapa Faith.
Amén de la lírica, fue el video dirigido por David Fincher el vértice de la rebelión contra la corporación japonesa que producía aparatos electrónicos a granel. Renuente a repetir el circo de sus primeros años en el mainstream, George decidió no aparecer en el clip de la canción y optó por reunir a las modelos más bellas del orbe para que fuesen ellas las que lucieran en pantalla. El playback más cachondo y costoso en la historia fue protagonizado por Christy Turlington, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Linda Evangelista y Tatjana Patitz, el quinteto de chicas que en el arranque de la década facturaba más millones de dólares a cambio de caminar por las pasarelas con delgadez de espanto y mirada clavada en ninguna parte.
Y ahí, entre tanta sirena arrebatadora, las legiones de televidentes miraron cómo en el punto más emocionante del video los símbolos de “Faith” eran destruidos. “La chamarra incendiándose, la guitarra y la rockola explotando… era yo diciendo ‘Estoy harto de esto, no puedo seguir lidiando con esto…’”, explicó el británico de la barbita perfecta que en aquel 1990 tenía veintisiete años, la edad fatal para otras leyendas del rock. Así arrancaba la década, quebrando el espejo, pegando su grito de libertad y emprendiendo esta cruzada a campo abierto y en solitario, sin otras lanzas que su voz fabulosa y su lírica fibrosa.
Sin un trasero buenísimo moviéndose frente a la cámara con luces y cascabeles, y sin unos anteojos de aviador decorando el rostro de un rockstar excesivamente guapo, la Sony entró en cólera y alistó todo para contraatacar al rebelde.
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