
Con aliento alcohólico y risotadas desafinadas, Kathleen Hanna y Tobi Vail entraron a un pequeño local de abarrotes en Olympia, Washington, con el vicio que complace a la mayoría de los usuarios: caminar entre estantes sin saber qué comprar. Farra crepuscular en 1990. Final anaranjado de un día caluroso y perdido en el calendario.
A la mitad del pasillo un objeto blanco con tapón rosado detuvo el recorrido de las damiselas. Más que su forma, fue su nombre el que planteó la novedad y la consecuente curiosidad: «Teen Spirit«.
Kathleen consultó a Tobi: «¿Tú sabes a qué huele el espíritu adolescente?, ¿a marihuana mezclada con sudor?» La cuestión quedó flotando.
Unas horas después, Kathleen visitó a Kurt Cobain y a Dave Grohl en el apartamento del primero, dispuesta a triplicar con ellos su ingesta de tragos en aquella tarde de ocio. «Nos emborrachamos a lo grande y se nos hizo fácil apagar todas las luces y destrozar todo lo que había en la habitación de Kurt. Pinté la pared con marcadores sharpie y escribí ‘Kurt smells like teen spirit‘ porque aquel objeto de la tienda se había quedado algo fijo en mi cabeza», contó la también vocalista de la banda de punk, Bikini Kill.
Cobain quedó prensado a la frase, siendo el tercer chaval que ese día prestó demasiada atención a una marca de desodorante. Acaso pensando más en un suceso revolucionario de las juventudes que en un remedio aromático para las axilas más feroces, el rubio de veintitrés años incorporó tan pintoresca expresión a una de las maquetas que Nirvana alistaba para su segundo disco de estudio. Y de ahí… la historia del año y de la década.
Miles de chicos amantes del rock duro, macho y misógino que acaudillaban bandas como Guns N’ Roses y Mötley Crüe, optaron por seguir a un nuevo capitán, uno desaliñado, chaparrón, menos estético y con la voz desgarrada. Las piernas de Kurt eran la mitad que las que presumía Axl Rose en las decenas de shows del Use Your Illusion Tour, pero su franqueza, desparpajo y ausencia de pedigrí en los locales pequeños donde hacían sonar su reducido repertorio conectaban con los adolescentes que anhelaban más empatía que pomposidad. Urgía más desahogarse que alardear y en Kurt, con esa postura encorvada, esos suéteres de lana y esos ojos escondidos tras una melena que parecía haber sido zarandeada, los afligidos hallaban sentido.
Sin paliacate en las sienes ni un amplio palmarés de novias de revista, el frontman irrumpió en el mundo MTV con esa greña de estropajo, manchando el terciopelo y cantando con los intestinos «Smells Like Teen Spirit», la Monalisa de Nirvana, el single que llegó para clavarle las uñas al pop y ganar miles de adeptos a partir del 10 de septiembre de 1991, dos semanas antes de la publicación del álbum Nevermind.
«Buscaba escribir la gran canción pop y reconozco que estaba tratando de copiar a los Pixies», declaró Cobain a la Rolling Stone. «Cuando los oí por primera vez, conecté tanto con ellos que siento que debí haber pertenecido a esa banda o a un grupo que hiciera versiones de los Pixies. Emulamos su sentido de dinámica, siendo suaves y silenciosos, y después fuertes y recios”.
El rock norteamericano de aquella incipiente década podría resumirse en el «Hello, hello, hello… how low«, un puente cantado por la voz rasposa de Kurt, antes de reventar en mil pedazos y desatar un coro salvaje en el que el vocalista se dice estúpido y contagioso.
Seis meses después de que Kathleen Hanna pintó aquella leyenda en su cuarto, Kurt le llamó para enterarla: “¿Te acuerdas de esa noche? Lo que escribiste en mi pared fue algo muy cool, y decidí usarlo…»
El amable aviso telefónico sobre el pintarraje fue una declaración no oficial de un nuevo modo de quejarse del establishment y de dejar entrar a cientos de hienas a las brillosas mansiones de los acomodados. «Smells Like Teen Spirit», el epicentro de un nuevo (des)orden mundial. La rabia con nombre de aromatizante.
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