
Que le den un trofeo a quien lea de corrido y sin tropezar… «Awop-Bop-a-Loo-Mop Alop-Bam-Boom…»
Parece una cantaleta sin bandera, cuna ni país, algo cercano a un balbuceo de chiquillos o a una lengua muerta hace tiempo.
En realidad… es la marca de agua del rock ‘n roll primigenio, el grito más reconocible en la historia del género, mucho antes de ser corporativizado; el aullido de un chico salido de Georgia, espabilado, con energéticos manierismos e hinchado en talento, aplastante y deseoso de masticarse a América con una sonrisa eléctrica debajo de un bigotito que solo puede delinear un pincel fino. Sin tantas vueltas, Elvis Presley lo llamó «El más grande».
Richard Wayne Penniman era el ente cósmico a quien en la primera mitad de los años 50 le calcinaba su rutina semanal y le abrumaba contemplar cómo a los veintitrés años se le iban por la coladera sus sueños salvajes fregando platos en la estación de autobuses Greyhound, a las órdenes de un superior que le regresaba la pila de trastes recién pasados por agua y jabón, como si el desdén pudiese resucitar cada tres minutos.
«Un día dije… ‘Debo hacer algo y ponerle un alto a este tipo que sigue devolviéndome todas las ollas. Y pronuncié… ‘Awop-Bop-a-Loo-Mop Alop-Bam-Boom, take me out!’», contó Little Richard a la revista Rolling Stone. «Escribí ‘Tutti Frutti’ en esa cocina, al igual que otros temas como ‘Good Golly Miss Molly’ y ‘Long Tall Sally’».
Esta especie de imitación de un redoble de tambores era parte de «Tutti Frutti, Good Booty», maqueta que Richard solía cantar en clubes pequeñísimos y con la que se apersonó en Specialty Records, sello del célebre Art Rupe, con audacia, entusiasmo y unas letras calentísimas destinadas a la censura. Un fragmento aludía al sexo anal: “Tutti Frutti, good booty, if it don’t fit, don’t force it, you can grease it, make it easy…«
«Originalmente la llamé ‘Tutti Frutti, Good Booty’ porque en aquel tiempo eso era algo bueno», recordaría Little Richard en un show televisivo de David Brenner en 1987, incomodando a la audiencia en el set. «No entiendo por qué tanta gente miente diciendo que eso no es algo bueno…»
El productor Robert «Bumps» Blackwell se aseguró de resolver el asunto el 14 de septiembre de 1955, antes de siquiera entrar al estudio de grabación. El título fue rasurado y la candente lírica extirpada con la ayuda de Dorothy LaBostrie, letrista a quien se le encomendó congelar los eufemismos procaces del cantante y dar a la composición un baño moral, asequible a los miles de oídos de la puritana clase media. Misión cumplida en veinte minutos y a cambio… crédito compartido a perpetuidad entre Little Richard y Dorothy LaBostrie.
Sanitizado y con su autor resignado, el nombre de la canción concentró propiedades frutales («Tutti Frutti» sin más) y la supuesta obscenidad convertida en jugueteo fue bien acogida por las emisoras norteamericanas y británicas. Pero eso fue solamente el comienzo. Si bien nunca llegó al número uno, el sencillo rompió las épocas, reinició los tiempos, juntó moléculas de blues, R&B y gospel y, en voz de un extravagante prodigio de peinado pompadour, soltó el primer gran rugido de ROCK ‘N’ ROLL crudo y puro.
Nacido en 1932 entre vibras religiosas de una Georgia voluble y costumbrista, el antiguo lavaplatos derrocó todo lo que se le puso enfrente y desquició audiencias con una seguidilla de sencillos que agitaron el corazón, los pulmones y las mentecitas inmaculadas. Magnético e incontrolable, existió para abrir el camino, inspirar a Bob Dylan, fascinar a Paul McCartney y a Mick Jagger y dar un molde a Prince. Su “Awop-Bop-a-Loo-Mop Alop-Bam-Boom…” fue el grito de guerra para huir de una cocina, el golpe que abrió los suelos y el alarido que ha hecho a miles entrar en combustión.
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