
Es un hecho que Johnny Cash escribió “I Walk the Line” tratando de erigirse como un digno escudero de la fidelidad. Tenía tres buenos motivos: un gran amor al cual cantarle, una guitarra a la mano y esa juventud audaz y efervescente, a menudo llena de propósitos sin límite.
“Compuse la canción tras bambalinas en una noche de 1956, en Gladewater, Texas. Estaba recién casado y supongo que estaba poniendo de manifiesto mi promesa de devoción”, contó Johnny a la Country Music Foundation.
Esfuerzo baldío. Esa “línea” a la que refiere el título de la máxima reliquia dentro de su vasto catálogo era recta, sólida, continua, y el hombre salido de una pequeña granja en Arkansas había nacido con otros tintes, era más un gambeteador, un paladín del zigzagueo, un forajido romántico pero a la vez un débil carnal.
En esa lírica Cash trató de enjaular a la bestia en un pentagrama y plasmó por escrito una regla que podría cumplir. Vivian Liberto, su primera esposa, fue causa y depositaria de tan ambicioso objetivo. De inicio, la cosa prometía. Ambos se habían flechado en el caluroso verano de 1951, pero pronto debieron separarse cuando Johnny fue requerido por la Fuerza Aérea de Estados Unidos para atender una misión en Alemania en la cual pasaba horas con unos audífonos intentando captar el código Morse de los germanos.
Fue justamente a la distancia donde se fundó la intención del músico de ser fiel a su amada, la chica menudita de origen italiano que le hizo arrebatarse de amor. En una carta del 29 de marzo de 1952 dirigida a Vivian ya se colaba esa idea de eternidad: “Mi amor, fui al correo y me encontré con otras dos misivas tuyas. Ya son siete en los últimos tres días. Estoy enamorado de ti, cariño. Nunca me enamoré tanto en la vida. Pienso en ti a cada minuto y estás conmigo en cada sitio al que voy. Que jamás te inquiete el que yo pueda dejar de amarte, sé que eso nunca sucederá”.
La pareja se casó en 1954 y dos años después el Hombre de Negro publicó oficialmente “I Walk the Line” con Sun Records. Dos millones de copias despachadas, un número uno en el chart de Country de Billboard y una gira por Estados Unidos junto a Elvis Presley, Carl Perkins y Jerry Lee Lewis lo acercaron al fuego de las tentaciones, esas de las que había jurado protegerse en las letras del sencillo. Brotó la ironía: la proclamación en todo lo alto de la fidelidad invocó a los demonios, al desfogue, al otro Johnny que ni el mismo Johnny sabía que existía. Las cuatro estrellas de rock del momento recorrieron a diario cerca de mil kilómetros de carreteras con un pequeño cargamento de whiskey, tiras cómicas, gomas de mascar sabor cereza y pastillitas de distintos diámetros para aguantar el trajín. Eso… más lo que se toparan en cada escala.
“La fama fue algo difícil de controlar. El chico country intentó devolverme a mis orígenes, pero la música fue más poderosa. Y las tentaciones fueron las mujeres, las chicas, cosa que adoré”, reconoció Cash. “Y no mucho después llegaron las anfetaminas. Corríamos toda la noche, en nuestros coches, de tour; con algunos doctores conseguía estas cápsulas que nos llenaban de energía y nos mantenían despiertos. Yo tomaba las píldoras, pero después las píldoras empezaron a tomarme a mí”.
La confesión de Johnny, con esa voz de gigante que ha cortado el viento como nadie más en la historia, es solo un trozo de un continente de vivencias que acabaron sacándolo de la línea. Devoró cerros de anfetaminas, se esclavizó a los ansiolíticos y un enamoramiento cósmico por la también cantante June Carter hizo que el ídolo de millones evaporara sus votos matrimoniales y triturara aquellos versos donde intentó ser de Vivian, para Vivian y solo de Vivian. “Debí haber sido implacable para salvar el matrimonio. Tan implacable como lo fue June para destruirlo”, escribió ésta en su libro de memorias I Walked The Line: My Life With Johnny.
La efervescencia y audacia de la bendita juventud, a menudo colmada de propósitos sin límite, a veces apunta a los sueños más altos sin prestar atención a los instintos más básicos, más bajos, más cercanos. A veces las canciones vuelan mucho más alto que las musas que las inspiraron.
Opina en Radiolaria