RADIOLARIA

A Chris Martin muchos le pegarán la etiqueta de vanidoso insoportable, pero en uno de los escenarios más imponentes que su banda pisó en 2005, el del Live 8, el capitán de Coldplay no presumió al güerito en el espejo, sino a su amigo Richard Ashcroft y a la máxima joya de The Verve, “Bitter Sweet Symphony”.

Zalameras o no, sus palabras en plena tarde londinense tuvieron tintes bíblicos: “Esta es posiblemente la mejor canción jamás escrita y aquí viene el mejor cantante del planeta: ¡el señor Richard Ashcroft!”, lanzó enjundioso frente a decenas de miles de ingleses en Wembley.

John Lennon no resucitó para objetar la osadía, Paul McCartney tampoco reclamó y a Bob Dylan cada vez le importa menos dar la cara por “Like a Rolling Stone”. La alabanza de Martin, entonces, voló libre en esos instantes previos a interpretar la sinfonía agridulce junto a Ashcroft. Implacable, teatral, catártica, la composición sonó inmensa con Chris al piano y Richard sujetando el micrófono. Nada tan extraño como escuchar en vivo una pieza así de bombástica que en 1997 clausuró el britpop.

Con gafas oscuras, chaqueta blanca y unos vaqueros flojos que hicieron más flaca su flacura, Ashcroft cantó inspirado y durante seis minutos zarandeó el puño, exponiendo su brillante anillo de casado. Todo en sintonía. La mujer detrás del aro plateado es Kate Radley, tecladista de Spiritualized con la que se casó en secreto en 1995 y quien le acompañó en los ratos luminosos en que se sentó a escribir «Bitter Sweet Symphony», mientras The Verve era, oficialmente, una agrupación extinta.

Fue la majestuosidad de aquella maqueta lo que hizo que los grandes egos del grupo, el de Ashcroft y el del guitarrista Nick McCabe, cupieran otra vez en una misma salita de grabación. La batalla entre hacer de la banda algo comercialmente más comestible y mantener un sonido space rock denso y lleno de distorsiones culminó en favor del vocalista.