‘Poker Face’ y el blofeo impensable

“¿Saben? Esta canción aborda la ocasión en que yo estaba haciendo el amor con un chico con quien hace mucho tiempo estaba saliendo. Pero en realidad estaba pensando en mujeres cada vez que teníamos sexo”.

La sinceridad y serenidad de Lady Gaga en aquella fría noche de diciembre de 2013 sobrevoló las cabezas de la reducida audiencia que asistió a verla y a la cual decidió confesar los orígenes auténticos de “Poker Face”, escogido como segundo simple del álbum The Fame. Sucedió en un evento privado en Londres, donde la norteamericana interpretó una versión semilenta de su megahit lanzado en 2008.

El celebérrimo corte dance pop del “Mum-mum-mum-ma” que la llevó a la cúspide en una veintena de países ya había despertado la curiosidad de los que mueven la pluma y llenan las revistas musicales con reseñas, críticas y reportajes de fondo. A menudo a la vanguardia de las exclusivas y el desembrolle de secretos, la Rolling Stone cuestionó a Gaga sobre las líneas “I won’t tell you that I love you, kiss or hug you, ‘cause I’m bluffin’ with my muffin…”, a lo que Stefani Joane Angelina Germanotta, entonces nueva flor del pop, respondió con la seguridad de quien sabe que tirará el último golpe del round: “¡Obviamente es la cara de póker de mi vagina!”

Ese fragmento tiene su origen en un tema compuesto por la artista que nunca fue lanzado formalmente, titulado “Blueberry Kisses” y en el cual una chica le suelta a su novio el candente deseo de que le haga sexo oral. “Usé la parte que dice… ‘Blueberry kisses, the muffin man misses them kisses…’”, señaló sin más la neoyorquina de los mil peinados y el rostro eternamente liso, entonces muy consciente de esa sopa exquisita que revuelve la singularidad, la excentricidad y el llamado al escándalo de una luminaria emergente y con un maquillaje encomendado al azar. La Gaga del 2008 iba que volaba en la ruta de la Madonna de 1989. Proponía un pop más electrónico, pero era imposible no conectarlas al menos desde el capricho. Y con “Poker Face”, más adictiva que una limonada rosa en verano, la joven de veintidós años tuvo ese sencillo conquistador que se necesita para abarrotar anfiteatros, la antesala a las giras de estadios. El tema enloqueció a las especies por muy diversas que éstas fuesen: lo pusieron a sonar los indies y los DJ de fiestas de alcurnia, los raros y los poperitos poseedores de los iPods ultimísimos, los futbolistas de moda y las gimnastas timidonas que se atrincheran antes de la gran competencia. Incluso las mamás dieron su aval general. Al final, esta nueva estrella no era una encueratriz consumada; se quedaba, si acaso, en los feudos de lo indescriptible. Vulgar no, rara sí… y a raudales.

Lo más sugerente estuvo en ese blofeo del muffin que pocos comprendieron en esos meses iniciales de la Gagamanía. Además, esta frase llameante de “Poker Face” no se alojaba en los coros ni en el puente. Se movía por fuera del radar. Y así, con esta pinta de heroína de los bizarros, Lady Gaga se embolsó al planeta entero. Nadie se vistió con sus trapos, pero todos hablaron de ellos. Nadie comprendió sus letras de impulsos bisexuales, pero todos las tararearon como autómatas. El ideal de la nueva monarca.

Gastadísima y olvidada la batalla Britney-Christina, el camino lució ancho y el horizonte amplio, amplio.

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