Kraftwerk y la pérdida de control

El 23 de diciembre de 2018 un usuario argentino de nombre Fran colgó este tuit: “Kraftwerk Radioactivity 1975: la radioactividad fue descubierta por Madame Curie, está en el aire para vos y para mí 💕… Kraftwerk Radioactivity 00’s: paren la radioactividad putos, Chernobyl Harrisburg Hiroshima. ☢️”.

Más que solo cosechar likes de cuatro tuiteros, su posteo prenavideño resumió con florida precisión la metamorfosis de una composición que los alemanes Kraftwerk publicaron en 1975 con una idea inicial -bastante parca- y relanzaron dieciséis años después, envolviéndola en un concepto distinto, con acentos de consciencia social y activismo musical nada habituales en el imperturbable Ralf Hütter y compañía.

Sucede que en ese intervalo de años, a los integrantes de la agrupación de Düsseldorf, como a toda Europa, se les cruzó de golpe el incidente de la central nuclear de Chernóbil, ubicada en la Ucrania soviética.

En su versión original “Radioactivity” era una canción simplona de siete minutos que hacía una doble referencia a lo invisible, por un lado la radiodifusión y por otro la energía nuclear. A la vez, reconocía en un par de versos a Marie Curie como la mujer polaca que, dedicando la mayoría de sus días a la ciencia, descubrió la radioactividad. “Radioactivity… is in the air for you and me” cantaba el joven Hütter a los veintinueve años, sin despeinarse y sin tanta inquietud por plasmar señales de alerta.

Una década después, el estallido del reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, perturbó al mandamás de Kraftwerk y le hizo volver ojos y mente a su álbum de mediados de los setentas. Mientras los temores en aquellas semanas se basaban en la dirección en la cual soplarían los vientos, las informaciones sobre la catástrofe, aunque imprecisas y cambiantes, arrojaron cifras escalofriantes: la explosión ocasionó una vertiginosa dispersión de plutonio, estroncio, yodo y cesio, elementos radioactivos que contaminaron un área de más de 140,000 kilómetros cuadrados, convirtiendo súbitamente al norte de Ucrania en el destino menos aconsejable en el planeta.

Con las posibilidades que ofrecería el disco de remezclas que Kraftwerk alistaba para 1991, Hütter vio la oportunidad de modificar por completo las vértebras líricas de “Radioactivity”.

Los cambios son tan evidentes como contundentes. En los primeros veinte segundos de la versión retrabajada, entre llamados de auxilio en código morse, suena un ronquido robotizado que enlista cuatro sedes de incidentes atómicos (“Chernobyl, Harrisburg, Sellafield, Hiroshima”), al tiempo que el coro arrastra la súplica inimaginable de un androide que ha registrado una pérdida de control: “Stop Radioactivity!”. Y para rematar, Hütter añade en las nuevas letras un pronunciamiento sin verbos… “Chain reaction and mutation, contaminated population”.

Las actualizaciones de la canción de los germanos, eventualmente convertidos en semidioses del directo ajuereados con trajes pegados de neopreno, muecas ausentes y giras dispuestas para ser mostradas en los museos de arte moderno más alzados del mundo, serían tan frecuentes como las de gadgets y aplicaciones, tan solo a la espera del siguiente percance nuclear. Así, en los conciertos de 2012 que dejaron boquiabiertos a miles de fans con laberintos sonoros de altísima fidelidad, recursos en 3D y un stage alucinante, los padres de la electrónica se valieron del más reciente desastre en Japón y sustituyeron la palabra “Hiroshima” por “Fukushima”, una rima irónica, total y hasta cierto punto fácil con las mismas cuatro sílabas.

“Kraftwerk es un organismo vivo, una orquesta en directo. No es algo rígido, es una escultura viviente”, le dijo Hütter al diario El País en 2013, incisivo e insistente sobre las intenciones de su grupo y esa apertura a parpadear, a experimentar sudoración y a considerar lo que en sus inicios, allá en el final de los años 60, era inadmisible: aceptar la pérdida de control.

Chernóbil, aquella central nuclear frente a la cual alguna vez posaron los alemanes para promover su álbum Radio-activity, demostró su condición de organismo vivo, rebelde y peligrosamente volátil.

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