¡Tequila!

Buddy Bruce no era precisamente el líder ni el que tiraba rostro en el sexteto, pero fue el que propuso el título obvio. Una canción de dos minutos en la que la letra se reduce a una sola palabra, repetida tres veces, no podía llamarse de otra manera.

Y así, en la Navidad de 1957 el grupo The Champs le colgó el nombre «Tequila» a un corte que tenía como destino único ser la cara B de otro single en el que la modesta Challenge Records depositaba sus mayores esperanzas, «Train to Nowhere».

“La pieza surgió ahí mismo, en el lugar, en aproximadamente quince minutos”, rememoró en 1992 el guitarrista en una charla con el rotativo Tulsa World.

Sin hoja de ruta, Buddy había fundado la agrupación junto a Danny Flores, el auténtico mandamás curtido en bares y clubes de la época, entrón sin complejos y dueño de aquel rasposo saxofón que llenó de magia a la canción y quien en esos meses se colgó el pseudónimo “Chuck Rio” para evitarse enredos profesionales que jamás quiso pormenorizar.

Eran unos polluelos. Ninguno de los miembros de The Champs imaginó que al grabar esa tanda de materiales en el estudio Goldstar de Hollywood, con el sencillo base y su -supuestamente- insulsa cara B, habían activado una carga de dinamita. Bastó que al iniciar 1958 un joven programador radiofónico de Cleveland bostezara con «Train to Nowhere», diera vuelta al acetato y se topara con la gema de la bebida jalisciense para que todo estallara. «¡Tequila!», el grito de guerra de borrachos y amantes de las cantinas, sacudió ríos y montañas.

Así como el destilado arrasa al recorrer la garganta, el embriagante tema de Flores, Bruce y el resto de la banda avasalló en las tiendas y en las rotaciones de los disc jockeys y locutores al grado de llegar a la cima de la lista de popularidad estadounidense en marzo de 1958, apenas cinco meses antes de que el Billboard Hot 100 se instituyera como tal. Estrictamente no fueron los primerísimos, pero estos nenes descarados, inocentes y gambeteros encabezaron la invasión de las cuadrillas de rock instrumental de mediados de siglo y su “Tequila” fue un fenómeno ineludible, imposible de ignorar, se coló por las ventanas, se espació entre los vecindarios, se inoculó en los pachangones, de boca a boca o a consejo del frutero, el chofer y el aristócrata. La soleada California fue el epicentro, pero el terremoto se sintió en casi todos los confines sin que alguien pudiese evitarlo, ni siquiera Elvis en su punto de ebullición, delgado, apuesto y galante, con la cadera ágil y los tobillos sanos.

Jovencísimos sin experiencia y facturando sin precauciones, los chicuelos de The Champs emprendieron pequeñas giras cuyas audiencias -como suele pasarle a muchos- sólo les reclamaban “ese tema”. El quebranto de la formación original llegó muy pronto, pero el efecto “Tequila” perduró y así como sucedió con el espacio, rompió también los diques del tiempo. Tanto… que hubo que medirlo por décadas.

Indirectamente adorado por millones y anónimamente honrado al choque de cristales enanos denominados “caballitos”, Danny Flores vivió hasta 2006 saboreando su creación. Buddy Bruce, el virtuoso guitarrista que dio nombre a la pieza de rock instrumental más exitosa de la historia, logró degustarla ocho años más.

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