Claudette bonita

b738194d895be87f3e3e3cf46f8aaa58Para el verano de 1964 Roy Orbison ya había escrito un puñado de canciones cortavenas como «Only the Lonely» y «Crying». Y acaso por ello era visto como un artista que difícilmente podría escapar del estigma de romántico colosal y alma torturada. Pero eso era, y siempre fue, una percepción imprecisa y, para muestra, el origen de la gema que le cambió la vida.

Él y su buen amigo texano, Bill Dees, compusieron la adictiva «Oh, Pretty Woman» en una tarde de holgazanería -se dice que estaban en la siempre inspiradora barra de la cocina del hombre de las gafas- sin mucha claridad y aguardando un destello que los sacara del marasmo.

Y entonces, según rememoró alguna vez Dees, llegó esa chispita.

«Mientras ensayábamos, Claudette (Frady, esposa de Orbison) bajó las escaleras haciendo ruido considerable y dijo ‘Dame algo de dinero.’ ‘Muy bien, ¿para qué lo necesitas?’, reviró Roy. Ella contestó… ‘Simplemente debo ir a la tienda…’ Y mientras se marchaba, ambos se lanzaron besos de despedida. Luego él se acercó para preguntarme… ‘¿Suena gracioso esto?’… y cantó ‘Pretty woman, don’t need no money…‘ Para cuando ella regresó a casa, teníamos escrita la canción.»

La pieza fue una curiosidad de calendario: surgió en ese amodorrado viernes de agosto de 1964, fue grabada con mayor ímpetu al siguiente viernes y vio la luz públicamente en el viernes subsecuente.

Al llegar septiembre, los suelos se abrieron a los pies de Orbison: por un lado «Oh, Pretty Woman», con ese rugido de felino en celo y el riff más tarareable de la historia, voló hacia el número uno del Billboard; por otro, el matrimonio del músico se fue a pique hasta que una infidelidad terminó por quebrarlo. En noviembre, Roy era un divorciado exitosísimo y megavendedor, canturreando en todos los anfiteatros una ironía: «Pretty woman, don’t walk on by, pretty woman, don’t make me cry, pretty woman, don’t walk away…«

Contra todo pronóstico, en la primavera de 1966 el cachetón de las gafas de pasta ancha y Frady resurgieron de las cenizas y reactivaron un idilio de frescos soplidos. La reconciliación que parecía reflejar el feliz colofón de dos años de vacilaciones se amoldaba a la perfección a las letras del single, como si en pocos segundos se resumiesen las calamidades y alegrías de este par. «Hay una especie de balada en la sección media: él se muestra muy seguro de conquistar a la chica desde el momento en que la ve por primera vez, luego no está del todo confiado, después siente desesperación, posteriormente se da por vencido y al final ella decide regresar. Es algo muy complicado», explicó Orbison, acaso confesando más de lo debido.

Sin embargo, el reencuentro fue cortado muy pronto. El 6 de junio de ese año los enamorados viajaban en dos motocicletas cuando un conductor que rodaba pocos metros delante de Claudette detuvo su camioneta súbitamente, causando que ésta impactara de lleno con una de las puertas. La chica de veinticinco años que por un caprichito de irse de shopping abrió los cielos para componer «Oh, Pretty Woman» murió una hora después sobre el asfalto, en brazos de su adorado Roy.

Ida la mujer bonita, con todo y esos taconazos que partían plaza en las escaleras de la casa, el torbellino cesó y el patilludo de las calamidades -dos de sus hijos morirían en 1968 en un incendio- se convirtió en recluso de su propia casa, sepultando por largo tiempo esa voz de semidiós.

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