El escandalito lo desató la revista Time en 1975: inauguró oficialmente la expresión sex rock a propósito de una risueña joven de veintisiete años, de nombre Donna Summer, quien alimentaba el amanecer de su carrera discográfica con el sencillo «Love To Love You Baby».
Por puro título, el tema era más romántico que un tulipán, pero la cosa se tiñó de rojo con la incorporación de al menos una veintena de gemidos de la chica de Boston, conveniente y estratégicamente repartidos a lo largo de los casi diecisiete minutos que duraba la pieza.
«Escuchar a esta mujer gimiendo como si estuviese teniendo un orgasmo… se volvió algo legendario. Uno ponía ese disco y apagaba las luces. Diecisiete minutos es tiempo suficiente para emular un manantial de fantasías», opinó Jellybean Benitez, programadora en Sirius XM e intensa admiradora de Summer.
Su apreciación era no únicamente adecuada, recogía también buena parte de la leyenda alrededor de las tandas de grabación de Donna. Porque, en efecto, su manera de aportar las vocales a la composición fue recostándose en el piso del estudio con luces apagadas, ojos cerrados y fantaseando a placer con Peter Mühldorfer, pintor de atractivo mostacho que la había conquistado poco antes. Esta recreación de imágenes candentes era exactamente lo que le había solicitado Giovanni Giorgio Moroder, el celebérrimo productor de cuna italiana que siempre miró el planeta de cabeza con tal de escapar a los moldes y, con ello, crear canciones muy distintas al resto de la raza humana. No fue una ocurrencia salida de la nada; la propia cantante había sido cautivada años antes por las respiraciones aceleradas de Jane Birkin en «Je t’aime Moi Non Plus», oda al sexo por antonomasia de Serge Gainsbourg.
Y así, logrado el capricho de componer el hit del momento con la cooperación de Pete Bellotte, vino el juicio. En los últimos días de 1975 la revista Time sentenció: «El mensaje de Donna se transmite mejor en ruidos y gemidos lánguidos. Su propósito es hacer un álbum ‘para que las personas se lo lleven a casa y fantaseen con sus mentes‘».
En plena eclosión del movimiento disco, la dislocada ocurrencia de Moroder y la espléndida ejecución de Summer desataron una euforia de alcances cósmicos en cientos de pistas de baile de cuadritos multicolor, al tiempo que diversos contingentes conservadores despreciaron y criticaron la osadía, culpando a la estadounidense de causar protuberancias en la consciencia social y de -no es broma- provocar indirectamente embarazos adolescentes.
«Temían que esto descontrolara a los jóvenes. Y no estoy en desacuerdo con ellos desde el punto de vista de una madre. Tal vez no hubiera elegido este sencillo específico para comenzar mi carrera, pero acepto las cosas tal cual han sucedido», confesó Donna frente a la grabadora de un reportero de The Telegraph. «He intentado tanto como he podido transformar el éxito de aquel álbum en otra cosa y de distanciarme de esa imagen tan pronto como fue posible.»
Causa perdida. La artista jamás consiguió quitarse la marca de aquel himno setentero, el primero de varios clásicos cachondos y ultrabailables sin los cuales no se hubiera adjudicado el trono de la era disco.
«Lay your head down real close to me, soothe my mind and set me free, set me free, uh…«
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