Gilbert O’Sullivan lo tenía claro desde que se sentó a componer «Alone Again (Naturally)»: nada de humor, nada de comicidad, nada de gracia. Lo que a continuación esbozaría en una hoja de papel no sería otra cosa que una balada seria.
Lo que sí demoró fue la definición del título. Tomó varias semanas. «Alone Again» no lo tenía del todo contento, pero el tipo se relajó cuando entendió que se trataba tan solo de «la siguiente canción». Por su mente de cronista de cepa no pasaba el single grandioso que le serviría de pasaporte para visitar un sinfín de ciudades en la década de los 70, sino simple y llanamente una composición más de su catálogo. Así que el irlandés de Waterford no se quebró la cabeza.
Tal vez de ahí parte el desplome de numerosos mitos construidos alrededor de esta oda a la amargura que alcanzó la estratósfera en 1972. Que si la muerte de su padre, que si la zozobra de su madre en sus últimos años de vida por culpa de un amor que la había abandonado de golpe, que si se avisaba de un suicidio porque resultaba insoportable haber sido plantado en el altar por una chica.
Afecto a las melodías apacibles, Gilbert entendía que así como la invención de un personaje era esencial para triunfar -su nombre era Raymond pero prefirió sepultarlo tras considerarlo parco para el negocio- la producción de relatos fascinantes era el barniz idóneo para una buena pieza pop.
«No está basada en mis experiencias, sino en comprender a alguien que se encuentra en esa situación. ¿Cuál es el criterio que sigue un buen letrista?, ¿cuál es la base de una buena ficción? Básicamente situaciones que sean creíbles. Y yo tengo simpatía por los temas oscuros», manifestó el cantautor en una plática con Stephen Schnee. «Lo increíble de ser un letrista está en la posibilidad de dejarte envolver por ese tipo de situaciones y me siento cómodo cuando la gente cree que ese personaje soy yo. No me molesta, no hay nada de malo en ello. Una vez que la canción ha salido, si alguien hace una traducción distinta a lo que yo pensé al componerla, le doy la razón porque se ha vuelto propiedad suya.»
La aclaración, ciertamente, desactivaba el runrún y le quitaba sabor a las leyendas, pero restablecía la psique de O’Sullivan frente a quienes llegaron a creer que, a falta de mujeres, se inmolaría en cualquier viernes de bajos vuelos. «Alone Again (Naturally)» no era, ni de lejos, una «Unchained Melody» de pesares descarnados. Acaso por ello en la grabación final la voz del irish man se escucha serena, sin sofocos ni opresiones. Era creativo, no mártir, pero con eso bastó para que músicos deificados como Paul McCartney y Elton John lo miraran con recelo desde los agujeritos de la gran puerta del rock.
El ejercicio de empatía de Gilbert se quedó a un tris de acabar 1972 como la mejor canción del año, según Billboard. En su camino se interpuso solamente la portentosa versión que Roberta Flack, la soulwoman de Carolina del Norte, hizo de «The First Time Ever I Saw Your Face».
«It seems to me that there are more hearts, broken in the world that can’t be mended, left unattended, what do we do?, what do we do?»
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