Camisa amarillenta con el arremangue que da el sello, tirantes negros, codos sobre la mesa y esos ojos pequeñitos más atentos que en cientos de entrevistas anteriores. Larry King estaba impactado -o lo disimulaba muy bien- con los datos que la producción de CNN le había dado para la charla con la californiana de cabellera oscura que tomaba asiento a medio metro suyo.
«Tu álbum es número uno en el mundo, número uno en 23 países, ¡seis millones de copias vendidas!», disparó King sin rodeos.
«¡Es simplemente la canción! ‘Believe’ es sencillamente este tipo de canción mágica», contestó Cher con una sonrisa que iba de América a Europa y de regreso.
Aplauso estruendoso. Y cómo no. De los testigos reunidos aquella noche en el estudio del periodista, todos tenían más que aprendida la letra del gran hit de finales de 1998, ese de tejido dance con el cual la madurita de 52 años escapó de la tumba valiéndose de una especie de aullido robótico que le atropellaba la voz en distintos lapsos del corte. Parecía como si un androide y ella, en plena canturreada, estuvieran mimetizándose.
«La canción llegó a mí como parte de un combo de composiciones y me cautivó. Lo primero que me atrapó fue el coro, donde dice ‘Do you believe in life after love‘, pero el verso no era lo mejor, así que todo mundo quiso meter mano. Finalmente la grabamos y sonaba bien, pero todavía no estaba completa», admitió la cantante.
Perfeccionista desde que entendió el poder de la rebatinga, la chica Moonstruck se topó una noche con lo que tanto buscaba. Reprodujo un disco del no tan conocido Andrew Roachford y notó que la voz había sido adulterada, barrida artificialmente por un vocoder. Maravillada, exigió a primera hora de la mañana copiar el truco. El «no» del ejecutivo Rob Dickins fue rotundo, pero con la elegancia y seguridad de un vampiro que conoce el grosor de sus colmillos, Cher amenazó con cortar la garganta de quien se opusiera.
Dicho todo, la emperatriz de los gays embadurnó a placer la canción concebida ocho años antes por el compositor y productor Brian Higgins. ¡Kataplum!, los resultados fueron cósmicos. Entre otras cosas, récord Guinness al ser la cantante de mayor edad en colocar un tema en la cúspide del Billboard y a la vez… hazaña en Reino Unido al convertirse en el single de una solista más vendido en la historia de la isla.
Así, desde Nueva Zelanda hasta Canadá, miles y miles gastaron suela con semejante torpedo electropop, un himno que, con todo y todo, entrañaba la más grande de las ironías: era imposible no bailar y, sin embargo, su intérprete se movía menos que un peluche entre almohadas.
«No imaginé que sería un exitazo, solamente amaba la canción. Había tenido grandes discos, he estado 35 años en este negocio, pero… ¿lograr el mayor hit de mi vida… a estas alturas?», mencionó Cher ante un King que, tras quince minutos de entrevista, mantenía el gesto de asombro. Tanta declaración de humildad y austeridad le había empañado los anteojos.
«No matter how hard I try, you keep pushing me aside, and I can’t break through, there’s no talking to you, it’s so sad that you’re leaving…»
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