Obituario de un amor salvaje

Hay dos nombres con los que Yusuf/Cat Stevens, el amigo de los pseudónimos, relaciona su clásico «Wild World»: Jimmy Cliff y Patti D’Arbanville.

Al primero, literalmente, el londinense le donó la canción, pero pronto se arrepintió al ver que Jimmy la lanzaba como sencillo, la instalaba en el octavo lugar de la lista de popularidad británica y le hacía creer a medio mundo que tales notas eran suyas y sólo suyas.

Cual niño que de golpe se ve alejado de sus juguetes preferidos, Stevens resintió el autogol. Su pesar y su creencia de que había actuado estúpidamente fueron profundos y perdurables. Con decir que para mayo de 2019, cuando concedió una entrevista a Dale Kawashima para sintetizar medio siglo de aventuras musicales, seguía lamiéndose la herida de 1970:

«Era la época en que los álbumes se estaban volviendo más importantes, mientras que mi carrera se basó inicialmente en éxitos sueltos. Pero ahora que todos amaban ‘Wild World’ y me decían ‘Es un gran single‘, yo pensaba… ‘No, esto es un tanto comercial…’ Realmente no buscaba regresar al negocio del hit exitoso a nivel individual. Fue entonces que le di la canción a Jimmy Cliff, quien estaba en el mismo sello que yo. La produje para él y tuvo gran éxito. Después lo lamenté y decidí grabarla yo mismo.»

Todo, el hecho y el arrepentimiento, sucedió en un tris. La versión de Cliff vio la luz en julio de 1970 y para septiembre empezó a sonar en la radio el «Oh, baby, baby, it’s a wild world…» en la voz rugosa, penitente y compungida de Cat. Promoviéndolo como uno de los simples del álbum Tea for the Tillerman, el barbón intentó rescatar parte de lo cedido, pero la suerte estaba echada y los públicos se habían decantado. En Estados Unidos la gente le favorecía. En su tierra natal había sido noqueado.

El otro gran capítulo de «Wild World» está atado a Patti D’Arbanville, groupie, modelo y actriz neoyorquina de la que Stevens se enamoró como si fuera la última mujer en el mundo. El romance voló durante dos años, en esa época juvenil en la cual los amores huelen a nuevo y los dolores duelen más. Cat no se conformó con compartir techo y planteó formalizar, pero Patti se sintió presionada y decidió terminar.

«»Wild World’ fue una especie de obituario de mi historia de amor con alguien. No se trataba de algo muy amargo, simplemente afirmaba un hecho. Ambos íbamos en direcciones diferentes. Yo ya había probado la vida difícil y me había enfermado por eso», expresó el músico en referencia a la tuberculosis que lo postró en una cama de hospital en 1968. «Estaba enviando una señal de advertencia de que a pesar de que las cosas pueden parecer geniales, de que tienes mucha ropa fina y todo lo que deseas de la vida, también existen peligros. Mi mensaje fue para ella, pero probablemente también para mí.»

Aunque las letras se sumergían en honda melancolía y en un folk exquisito -«Está inspirada en los acordes de la música española», había dicho el inglés- hubo quienes le señalaron los huecos y lo acusaron de componer como macho arrogante, dando consejos de vida a la susodicha, como si ésta necesitara luz de un hombre (un poquito) mayor. Si bien acabó ligeramente escamado, lo que cayó como tromba al cantautor fue ver a Patti casarse con Don Johnson, otrora ladrón de coches, juerguista consumado y actor de barbita de tres días que se merendó los años 80 con los tonos pastel de Miami, presumiendo un velero como casa y un cocodrilo como mejor amigo.

En los estudios de mercado de Stevens esto no cuadraba y se dice que, ya alejado del elemento celebrity y de los mil aplausos que le regalaba cantar «Wild World», Cat aún mojaba la almohada pensando en su rubia, apabullado por el amor juvenil, el más salvaje de todos, el que huele a nuevo, el que duele más.

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Una respuesta a “Obituario de un amor salvaje”

  1. Avatar de Manuel Torcuato
    Manuel Torcuato

    Uno señores musulmanes me robaron el CD «Tea for the Tillerman» (del que ya era Yusuf) en un guateque casero en Oxford, allá por el 1998. Esa herida tampoco se ha cerrado. Y Cat Yusuf sabe que, en el más allá, una y otra vez conocerá el abrazo de un clon perfecto de Lady D’Arbanville. Pero, a mi ¿quien me devuelve el CD?

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