«Va una última canción para ustedes, pero antes de interpretarla quiero que le digan a sus hijos que yo canté esto mucho antes de que existiera Shrek…»
Micky Dolenz andaba celoso cuando en uno de los conciertos recientes de The Monkees hizo que todos dejaran la butaca al anunciar su gran clásico: «I’m a Believer». En su defensa podría decirse que no mintió, si acaso subrayó las fronteras de tal pieza, la más emblemática en el catálogo de la agrupación de Los Angeles que surgió a mediados de los años 60 como producto televisivo y mercadológico, a capricho de los productores Bert Schneider y Bob Rafelson.
No era cuestión de devanarse los sesos, sólo había que pintar su raya y dejar en claro a la nueva ola generacional que la canción ni fue compuesta por los californianos Smash Mouth ni vio la luz a razón de la colorida banda sonora de la cinta Shrek (2001). Había mucha historia antes. Nada más 35 años.
Sin embargo, Micky omitió a la vez información de caballeros sobre la procedencia de «I’m a Believer». Si bien ha quedado atado por los siglos de los siglos a la discografía de The Monkees, primerísima boy band que en ciertos momentos goleó a The Beatles y a The Rolling Stones, el músico a quien se le debe dar crédito en ley y orden es Neil Diamond, neoyorquino que en pleno flower power andaba corto de dólares, lejos de la venta masiva de discos e inseguro de cara al futuro. Era compositor de alquiler y de esas inspiraciones «por presión del casero» emanó el hit que deslumbró a todos con un exquisito teclado y ese estribillo con el cual hasta un búho se emocionaba.
«Es una de las canciones que iba a ser parte de mi primer álbum, pero el productor Donny Kirshner oyó ‘Cherry, Cherry’ en la radio y dijo: ‘¡Quiero una así para The Monkees!’ Luego llamó a mis productores Jeff Barry y Ellie Greenwich para preguntarles: ‘Oye, ¿este chico tiene más?’… y ellos le mostraron lo que había seleccionado para el siguiente álbum y eligió ‘I’m a Believer’, ‘A Little Bit Me, A Little Bit You’ y ‘Look Out (Here Comes Tomorrow)’, teniendo gran éxito», recapituló Diamond en 2008 a la revista Mojo.
Amigos, allegados y una que otra rémora criticaron a Neil por lo que ellos consideraron entonces el gran error de su incipiente carrera, sin embargo, éste jamás se arrepintió de dar el pase para gol: «¡No podría haberme importado menos porque tenía que pagar el alquiler. The Monkees estaban vendiendo discos y con los míos eso no sucedía!»
Las masas enloquecieron al ver a los chavales de peinados lamentables (pero magnéticos en esa época) entonando en vivo «I’m a Believer», a tal grado que la composición ascendió pronto a la cúspide del Billboard Hot 100 y se convirtió en clásico instantáneo. Decimos «entonando» porque los integrantes del grupo hacían mímica de instrumentos, no rasgaban ni media cuerda y se limitaban a tirar rostro, tal cual les fue encomendado en el primer encerrón, donde se trazaron verdades y mentiras del proyecto.
Al tiempo, con canciones mucho menos brillantes que la referida, varias boy bands copiaron el extraordinario diseño de producto que fue The Monkees para la mercadotecnia. Si bien no los cortes de cabello, sí calcaron la fórmula en la cual un jovencito bien parecido y con voz medianamente decente termina siendo eficaz tanto para seducir a la chica en viernes por la noche como para encandilar a los suegros en la comida familiar de domingo.
Poco importa si uno no compone ni toca. A veces el charming resuelve todo.
«Then I saw her face, now I’m a believer, not a trace of doubt in my mind, I’m in love, I’m a believer, I couldn’t leave her if I tried…»
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