Socorro al hombre desmoronado

070185a811db526656eae920764d0be3.jpgPese a ser siempre un voluntarioso e incansable geniecillo, 1984 y 1985 fueron para Peter Gabriel la noche misma. Nubes densas, aves oscuras, cristales en el suelo y despeñaderos a tiro de piedra. Tiempos en los que el otrora hombre show de Genesis tocó fondo y en algún atardecer perdido en el calendario sufrió un colapso mental.

Dados estos hechos turbadores, se generó a la vez el ambiente propicio para que el artista tejiera una obra maestra tanto a nivel disco (el fantástico So, publicado en 1986) como en las canciones que lo integran. Y uno de los ejemplos que más pronto brotan es «Don’t Give Up», sencillo sosegado pero incompatible con el pestañeo. Grabada en su casa cercana a Bath, esta entrega enchina la piel y deja a la intemperie un reguero de emociones. Porque entre la voz de un tipo que ya traía vasto kilometraje y el dulcísimo tono de su compatriota Kate Bush, el himno de zozobra y supervivencia traslada insistentemente la mirada al centro del alma. El primero expresa en los versos la desazón de un hombre al que le han sido amputados el trabajo y la autoestima. La segunda responde en el coro con el aliento y convencimiento de que se aproxima un mañana más soleado.

«Las letras de ‘Don’t Give Up’ están inspiradas en dos cosas: un programa de televisión que abordaba cómo el desempleo ha trastocado la vida familiar, y una fotografía tomada por Dorothea Lange durante la Gran Depresión (expuesta en el libro de 1973, In This Proud Land)», reveló Gabriel en una época en que ya no lucía larga cabellera ni parecía criatura de Star Wars con aquel rarísimo rape en la parte delantera del cráneo que acaparó toda la atención en los tours de Genesis. «La idea básica apunta a que lidiar con el fracaso es una de las cosas más complejas que debemos aprender en la vida», añadió.

Y para 1986, cuando el single salió al mercado como follow up del monumental  «Sledgehammer», Gabriel era vivo ejemplo de un hombre que, con todo y que se engullía las listas de éxitos, a nivel conyugal sobrevolaba terrenos en los cuales el aroma a derrota saturaba los aires. Pese a varios intentos llenos de honestidad, el ingreso a un grupo de apoyo para parejas y hasta una reconciliación temporal que acabó con 18 meses de separación, el británico y su mujer Jill Moore no evitaron un posterior divorcio, con sus muchos efectos y sus muchas consecuencias.

«Parte del problema es que a los 16 y a los 14 eres alguien muy diferente que a los 36 y 35. Hay un buen número de aflicciones crecientes», afirmó Peter a la Rolling Stone durante una parada de la gira promocional de So.

Como le pasa a cientos de celebridades de la isla, los tabloides precipitaron la nota y enredaron la ruptura matrimonial con mujeres con quienes se vio a Gabriel no tanto tiempo después como Marie Helvin, Claudia Schiffer, Sinéad O’Connor y Rosanna Arquette. Sin embargo, la primera balita de duda salió del propio video de «Don’t Give Up», donde el ex Genesis y Kate Bush, que entonces ya era mucha Bush, se funden en el abrazo más largo en la historia del rock.

«Pienso que cinco minutos de apretujar a Kate frente al mundo tal vez no era lo mejor para un matrimonio en riesgo. En ese momento sentí que necesitaba una bendición», aceptó un Gabriel calvo y muy entrado en años a la revista Q.

El tiempo se tragó estos embrollos, pero no pudo apolillar lo esencial: la sublime composición a dos voces donde una mujer socorre a un hombre que nunca vio venir su propio desmoronamiento.

«In this proud land we grew up strong, we were wanted all along, I was taught to fight, taught to win…»

 

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