The Prodigy ya era llovizna en la isla, pero no fue sino hasta marzo de 1996 que se convirtió en tormenta, al echar al ruedo «Firestarter», infeccioso sencillo que reclamó el número uno del chart británico y cuyo título era el mote perfecto para Keith Flint, su incendiario y circense frontman. Más preciso sería decir showman.
Hay que empezar en desorden, con el baratísimo video que aderezó a la canción con la que oficialmente inició la era del fastuoso álbum The Fat of the Land. La banda capitaneada por Liam Howlett vivía a contrarreloj, agobiada por los ejecutivos en los tiempos en que los sellos no soportaban el mínimo «no» cuando se trataba de sopesar un clip para lucir en MTV. Y aquí justo urgía el adobo visual para «Firestarter», pero los nenes tenían apenas 15,000 libras en el bolsillo.
«He ahí la razón por la que el video se hizo en blanco y negro. Walter (Stern, director) eligió el lugar, la estación de metro de Aldwych, un viejo túnel en desuso», contó Howlett a Double J. «Como todo lo bueno que le ha sucedido a The Prodigy, fue algo muy espontáneo. Estábamos justo en ese túnel y le apostamos todo al performance de Keith».
Y sí, presionados ante la encomienda de mercantilizar sus canciones a través de la televisión, decidieron liberar a su «hombre bestia», ataviado con un jumper de barras y estrellas que éste acababa de adquirir en un localito del mercado de Camden por cinco libras. Prenda de segunda mano que, pocos anticiparon, simbolizaría historia pura, al convertir a Flint en un irrebatible icono de la década, capaz de mandar a la lona a sus críticos más despiadados.
Reclutado por la banda dos años antes -en realidad fue fichado curiosamente como bailarín y no como cantante-, el inglés de la pupila desorbitada y el peinado demoniaco -con cinco pelos hacía magia y lograba acomodarse los cuernitos del diablo- asumió una responsabilidad mayúscula para la filmación al interior de esa cochambrosa caverna tubular: «Comprendí lo que se me presentaba estando a cargo de esta furibunda canción, exigía energía y entrega totales. Creo que, debido a que todos se unieron para lograr que esto sucediera, había que ponerlo todo, representar todo lo que había pasado para hacer que la canción y el clip se fusionaran.»
Así, la obra maestra de The Prodigy, la más contagiosa y venerada entre sus creaciones desde que trazaron ruta en 1990, significó su viaje a la Luna con el video en el subterráneo, donde el silvestre y arrebatado personaje saltó, picoteó y tiró mordidas sin bozal, escupiendo a diestra y siniestra en esa suerte de catacumba urbana, totalmente intoxicado por el -valga el término- punk electrónico.
Opositor consumado del house y el dubstep, Howlett trabajaba en la canción inspirado en algunos trozos de «SOS» de The Breeders, cuando Keith acercó la oreja y abrió la boca. «El track base estaba casi terminado, así que le dije… ‘Si vas a usarme para algo, éste es el momento’», recapituló Flint sobre su charla con el jefe de jefes.
Versos como «I’m the trouble starter, punkin’ instigator, I’m the fear addicted, a danger illustrated…» le dieron completa razón y existen hoy para confirmar que aun el hombre más anárquico, en el contexto correcto, puede autodibujarse en las letras de una canción con la precisión de un francotirador.
Acaso a partir de la publicación de este colosal varapalo, y de ese video capaz de deslumbrar a un ciego, algo quedó más que claro: al llegar las noches, el subversivo Flint no regresaba a su cama; volvía a internarse, más bien, en su jaula.
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