Resultaba entrañable ver a Kim Wilde cantando en vivo «Cambodia» casi 40 años después de haber colocado en órbita aquel sencillo que en noviembre de 1981 pareció subirse a la gran ola de alabanzas y vítores que meses antes había desatado el hitazo «Kids in America».
Si bien ya no era la rubia de altos flecos y notable delgadez, robaba la atención la forma en que, en pleno 2018, la nativa de la pintoresca villa londinense de Chiswick mantenía la expresión seria en el rostro al interpretar esta narración inserta en el tránsito de la guerra camboyano-vietnamita. Como si las décadas hubiesen sido un soplo, sus gestos y muecas eran calca de la veinteañera que sin un solo escote dominó por completo el chart de Reino Unido en la primera mitad de los ochentas. Ni qué decir de su voz. Intacta y entera, seguía sonando inocente, juvenil y vivaracha debajo de esas arrugas, como en aquellos ayeres de bonanza en que los chavales acudían como moscas al ruido de sus adictivas composiciones, esas que soltaba con todos los vientos de su vitalidad.
Acaso el ADN de este single que en su momento despachó más de un millón de copias en las tiendas francesas y que fue número uno en terrenos suizos y suecos, seguía emocionando a su propia intérprete. Porque sustancia había. Creado por Ricky y Marty Wilde, hermano y padre de Kim, respectivamente, volaba muy por encima del producto pop promedio. «Es una canción que te deja con varias preguntas, una canción en la cual no sabes qué está sucediendo. Si acaso tienes una idea, pero no das con el punto exacto, lo que hace mucho más grande el misterio. Eso es ‘Cambodia’ para mí», decía la cantante a una publicación holandesa en abril de 1982, año en que la promoción del corte arrojaba la cobija sobre las radiodifusoras europeas.
Una seductora línea de bajo, percusiones con ropajes orientales y versos divididos a partes iguales entre realidad e intriga formaban las vértebras de esta tajada del álbum Select que debutó el 18 de octubre de aquel año frente a unos 2,000 ingleses reunidos en el Odeon de Birmingham, un viejo teatrito de la calle New que alguna vez alojó tocadas íntimas de The Beatles y The Shadows.
Durante una de sus primeras actuaciones en la emisión alemana, Musikladen, donde los espíritus prácticos de la época obligaban a exponer las propuestas en un periquete, Kim hizo playback de una versión cercenada de «Cambodia» sobre un escenario estilo comic que mostraba a una mujer afligida y a su cónyuge, piloto de un caza McDonnell Douglas F-4 Phantom II, a quien le entrega una pequeña nota de amor antes de que viaje a la zona de conflicto.
Fue la noche en que Wilde recibió disco de oro por sus altas ventas, ocasión que aprovechó para ahondar en los versos de la canción: «Habla de la esposa de un piloto estadounidense que pierde la vida en la Guerra de Camboya. Todo fue escrito originalmente en primera persona, pero me identifiqué por completo con la mujer en cuestión y decidí cambiar y cantarla en tercera persona.»
Pocos meses después, ya en tierras británicas, la rubia meramente diría: «Es una misteriosa historia de amor al estilo Casablanca. Volar en medio de la noche para jamás regresar.»
Nunca se supo si esta suma de talentos de los Wilde estuvo inspirada en un caso real o si únicamente se sacó jugo de la pulpa de la historia para retratar una de tantas tragedias anónimas que ocurrieron en el sur de Vietnam.
«He didn’t need to pack, they’d meet the next night, he had a job to do… flying to Cambodia…»
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