Peleas, besos, jaloneos, sonrisas, pianos destruidos, videos musicales, arrebatos en cólera, un matrimonio exprés, un doloroso aborto y hasta una acusación por abuso sexual. Axl Rose y Erin Everly produjeron una historia de amor sin igual… y también sus mil maneras de calcinarla.
Y entre todo eso… un poema incompleto, escrito a mediados de los 80 en una servilleta, que dio como resultado «Sweet Child o’Mine», la balada definitiva de Guns N’ Roses.
Muy a la usanza de las leyendas del rock, el cantante de la pandilla estadounidense dedicó gran parte de su juventud a esta chica de ojos aceituna -hija del célebre Don, de los Everly Brothers- a quien conoció durante una fiesta en 1986. Con lindas postales incluidas y un flechazo mayúsculo, el romance comenzó mucho antes de que los miles de aplausos le llenaran las orejas a los Guns.
«Había escrito este poema, pero llegué a un callejón sin salida y lo dejé en una repisa», afirmó Rose entonces con respecto a la base lírica del único sencillo del álbum Appetite For Destruction que llegaría a la cúspide del Billboard Hot 100. Un tema romántico, pero avinagrado, el de un formidable amor… a punto de venirse abajo: «She’s got eyes of the bluest skies as if they thought of rain. I hate to look into those eyes and see an ounce of pain…»
Pero lejos de los versos caramelizados de un Rose encandilado como nunca, lo que los seguidores del grupo han admirado por más de 30 años es el inmenso riff del hombre del sombrero negro y la greña ensortijada, un virtuoso nacido en suelo británico que en los ochentas compartía techo con el también guitarrista, Izzy Stradlin.
«¿De dónde proviene ese riff? No lo recuerdo, pero una tarde, mientras ensayábamos, empecé a tocar este patrón. Es algo que se da en el proceso de descubrir», rememoró el desharrapado Slash en una charla con Ernie Ball. «Axl nos escuchó en esa ocasión desde el piso de arriba y dos días después nos pidió que repitiéramos la canción que habíamos estado tocando.»
A este embrión se sumaron las cuerdas de Stradlin, las líneas melódicas del bajo de Duff McKagan y la voz de ese pelirrojo encerrado en su capullo de amor. Sesión única. Suceso aparte. Una joya del rock había surgido a pesar de que Slash, en entrevistas posteriores, externó más de una vez su queja predilecta: «La canción es una cosa baladosa. Se fue por el lado equivocado. Aunque yo hice el riff, no pensaba que se fuera a convertir en esto. El solo es la única parte que me permite redimirme.»
La última capa de barniz del single la puso Axl con su propia voz, elástica como pocas, al lanzar el popular «Where do we go?, where do we go now?«, que no fue sino una ocurrencia del productor Spencer Proffer, brillante al transformar un atasco creativo grupal en un desenlace que ha fascinado a millones.
A las cuatro de la madrugada del 27 de abril de 1990, mucho después de la explosión de «Sweet Child o’Mine» y en medio de uno de sus tantos arrebatos, Axl dio un ultimátum a su amada Erin que derivó en que ambos tomaran carretera rumbo a Las Vegas con el propósito de contraer nupcias, sin testigos ni vestigios, en la pequeña Cupid Wedding Chapel. En el trayecto, Rose le prometió no golpearla más ni pensar jamás en un divorcio, pero en enero de 1991, tras repetidos incidentes de violencia, la anulación oficial del matrimonio convirtió sus palabras en polvo.
«Cuando estás enamorada, deseas estar con esa persona todo el tiempo. Mi vida era cuidar a Axl (…) Hay demasiada ira en él y tal vez fui una persona fácil con la cual desquitarse», declaró en su momento la chica de los ojos aceituna, la musa, la causante de aquel poema que quedó inconcluso sobre una repisa y que luego se volvió un himno devorador de estadios, con Slash haciéndole el amor a su guitarra y con Axl tratando de sobrevivir… fuera de su capullo.
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