RADIOLARIA

Desde que retumbó por primera vez en una arena medianita de Lyon, Francia, el 18 de octubre de 1984, «Bad» ha embrujado a la amplísima feligresía de U2 y ha hecho que buena parte de ésta la califique como la canción cumbre del historial en vivo de los irlandeses.

No son unos chiflados. El respaldo a tan audaz veredicto está en las incontables veladas en que dicho corte del The Unforgettable Fire se ha vuelto la homilía de los conciertos, el momento mágico y multicolor, el intervalo en el que los encendedores y móviles se vuelven luciérnagas zigzagueantes entre valles oscuros mientras Bono hace lo que más le place hacer: predicar.

Según él, hay causa y origen. «Escribí las letras acerca de un amigo mío, se llamaba Gareth Spaulding. En su cumpleaños veintiuno se juntó con algunos amigos y decidieron darse un regalito y meterse suficiente heroína en las venas como para terminar con su vida», contó el cantante a la fanaticada de Gotemburgo, Suecia, en 1987.

Ese mismo año el frontman volvió a bajar revoluciones en el viejo Rosemont Horizon de Illinois para modificar el guión de la historia: «Esta canción es acerca de la ciudad en la que crecimos, Dublín, acerca de una droga llamada heroína que ha partido en dos a nuestra urbe, que ha partido el corazón de Dublín y el corazón de Chicago. Gente millonaria con los bolsillos llenos de dólares mientras gente pobre yace en las banquetas con agujas colgadas de sus brazos. ¡Que se jodan… digo yo!»

Todavía en 2011 el artista y su amiga la verborrea aprovechaban las decenas de ciudades anotadas en el libro de giras del cuarteto para compartir orígenes de «Bad» tan distintos en cada escala que eventualmente las narraciones se volvieron chiste local. Resultó más interesante, entonces, debatir sobre la interpretación más memorable del tema con un resultado casi unánime: el festival Live Aid de 1985, celebrado en el viejo Wembley.

«Se suponía que tocaríamos tres canciones, ‘Sunday Bloody Sunday’, ‘Bad’ y ‘Pride’, pero de pronto Bono se extravió», recordó el bajista Adam Clayton en referencia a aquel 13 de julio en que el grupo subió al escenario poco después de las cinco de la tarde, con un sol anaranjado pegándoles de frente.

En efecto, el entonces melenudo de veintitrés años descendió del entarimado para elegir a una adolescente y bailar pegaditos mientras el resto de la cuadrilla estiraba el riff de «Bad» y los encargados de la seguridad batallaban para controlar a los extasiados londinenses de las primeras filas.

«Me quedé viendo a Adam y a Larry (Mullen) para ver si sabían qué diablos pasaba, pero ellos tenían cara de miedo. Después vi a Bono allá abajo, sobrepasando la última valla para mezclarse con la gente», rememoró el guitarrista del gorrito, The Edge.

Semejante improvisación alargó la canción hasta los doce minutos y la banda irlandesa ya no tuvo tiempo de cantar «Pride (In the Name of Love)», pero poco importó. La imagen de Bono dislocando el orden y cachondeando veinte segundos con aquella quinceañera había sido capturada y grabada para la posteridad. «Cuando estaba sosteniendo a esta chica, estaba sosteniendo al resto del mundo», declaró el megalómano vocalista.

Si bien se dijo conmovida y afortunada por el hecho, la joven Kal Khalique pecó de franqueza en una entrevista posterior con la Rolling Stone: «Mi hermana y yo estábamos desesperadas, pero por ver a Wham!, así que hicimos todo lo posible por quedar muy cerca del escenario…»

Tres horas después de bailar recargada en el hombro del mandón de U2, el sueño de Kal se cumplió al ver al chispeante George Michael subir a la tarima a brincotear con sus gafas oscuras y esa perfecta barbita afrodisíaca. Otra clase de fantasía mágica y multicolor.