El amor y las mujeres siempre fueron un laberinto para Jarvis Cocker, el excéntrico líder, fundador y vocalista de Pulp que estableció una gruesa línea entre fieles y detractores en la década de los 90, de entrada… por su apariencia física.
A los ojos de un sinnúmero de seguidores del grupo, era el escuálido frontman con facha de nerd que torcía los ojos y se asemejaba a un sofisticado maniquí. Para otros (y otras), era un símbolo sexual reprimido con una voz varonil inigualable.
Al final, era simplemente un hombre que no había logrado que en la década previa su banda fuera tomada en cuenta por la prensa, pero que por fin, con la edición del majestuoso Different Class años después, llegaran los reflectores, se multiplicaran los elogios y, sí, llovieran los sostenes.
Tras la apoteósica actuación de la cuadrilla de Sheffield en Glastonbury la noche del 24 de junio de 1995 como suplente de The Stone Roses, el mundo supo de qué estaba hecha la pandilla encabezada por el flaco Cocker, pero en particular un gran número de fans de género femenino empezó a mirar al rockstar como un pedazo de carne muy apetecible.
«En la noche previa al show tuve un severo problema para dormir, estaba muy nervioso… Hay cosas de esa velada que se han esfumado de mi memoria, recuerdo el inicio y el final, pero el ‘durante’ lo borré», le explicaba Jarvis en 2011 a Dangerous Minds.
Aquella época fue, pues, un súbito cambio en la vida del británico, quien entre los temas del citado Different Class había incluido una rareza titulada «F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.», donde mezclaba sus frustraciones amorosas del pasado con esta nueva realidad, la del rockero imán de multitudes y causante de que muchas vaginas se humedecieran como nunca antes.
«Me obsesiono con las chicas fácilmente. A veces solamente dura un par de días, imagínate, pero me encanta el hecho de que (el amor) sea algo que no puedes predecir. Nunca deja de sentirse como algo peligroso», respondió Cocker a Peter Paphides, de la revista Time Out, cuando éste le cuestionó sobre dicho track.
En la letra de la canción cimentada en el bajo de Steve Mackey y en el sonido teatral y hasta trágico del órgano de Candida Doyle, el cantante se hacía una tirilla de cuestionamientos aparentemente elementales: (Why me?, why you?, why here?, why now?), para luego afirmar que el amor no tenía sentido, no era algo conveniente ni empataba con sus planes. O al menos… no por el momento.
Miedos y temores de un artista que estaba en el punto más glorioso de su carrera y que lo único que no deseaba era enfrentarse a ese extraño sentimiento peligrosísimo que otros llaman… a.m.o.r.
«And I see flashes of the shape of your breasts, and the curve of your belly, and they make me have to sit down and catch my breath…»
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