Gélida noche de finales de los ochentas. El viento sopla y Manhattan se forra de nieve. Con nariz roja y pestañas escarchadas Jonathan Demme aborda un taxi, coloca sus carpetas en el asiento trasero y recarga la nuca. Impertinente, la conductora negra de voz andrógina, llamada simplemente Q, le pregunta si está inmerso en el negocio de la música, a lo que Demme responde que no. Como si la negativa le diera motivo, la automovilista inserta una cinta y sube el volumen. Suena el tenue sintetizador de «Goodbye Horses». El viajero abre el ojo, endereza la espalda y pregunta: «Dios mío, ¿qué es eso y quién es usted..?»
Enero de 1991. En pleno estreno de The Silence of the Lambs, magistral thriller dirigido por Demme (el pasajero aflojerado), los asistentes a las salas de cine tensan las butacas al mirar una escena clave: Buffalo Bill, el asesino serial interpretado por Ted Levine que se excita desollando a sus víctimas, baila frente al espejo al son de una pieza electrónica. Casi calca de David Lee Roth, el criminal se contonea en kimono de seda y se da una manita de gato. Se maquilla, se pinta los labios y deja ver su pezón perforado. El tema que lo hace canturrear, menear la pelvis como una dama y ocultar el pene entre sus piernas es «Goodbye Horses», firmado por la banda neoyorquina Q Lazzarus. Sí, es la voz de la taxista.
La película se lleva todos los honores… y un poquito más. En tanto, la canción se vuelve un hit fundamental de la década de los 90. Pocos saben que ya registra unos años de historia y que su creador es William Garvey, un músico nacido en Cleveland que cuenta con poco reconocimiento.
«Se le relaciona de un modo un tanto espeluznante al asesino de The Silence of the Lambs, pero la canción habla de trascender sobre quienes conciben el mundo meramente como una tierra finita», aclarará Garvey años después. «Los caballos representan los cinco sentidos de la filosofía hindú y esa habilidad de elevar la percepción de uno con respecto a las limitaciones físicas y a ver más allá de la perspectiva de este mundo.»
Antes del cambio de siglo el proyecto Q Lazzarus pierde fuerza hasta diluirse. Q desaparece del ojo público y surgen las elucubraciones. Algunos la sitúan probando suerte en pubs londinenses de medio pelo y otros la asocian con fuertes adicciones, afirmando incluso que está muerta. Garvey fallece en 2009 y en su sepelio suena «Goodbye Horses».
Fría noche de octubre de 2017. Kelsey Zimmerman, una músico amateur y fanática de las redes sociales que ha vivido obsesionada con el paradero de Q, publica en Twitter: «Tiempo de hacer mi googleo mensual para saber si alguien ha sabido algo de Q Lazzarus.»
Diez meses después, recibe un tuit de una tal Diane Luckey (supuesto nombre verdadero de Q), aclarando que ha abierto una cuenta por unos días para acabar con los rumores: «Hola, perdona la molestia. Sólo quería decir a la gente que estoy viva, que no tengo interés en seguir cantando y que soy chofer de autobús en Staten Island (lo he sido por años). A diario veo cientos de pasajeros, así que difícilmente puedo estar oculta (¡o muerta!). Le di mi número telefónico y dirección a Thomas Gorton (del portal musical Dazed) para confirmar que soy ‘real’. Una disculpa si esto es el aburrido final de la historia…»
Q suprime su cuenta y vuelve a perderse entre los 480,000 habitantes de Staten Island.
«Goodbye horses, I’m flying over you, goodbye horses, I’m flying over you…»
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