Pasada la mitad del show que dio The Verve ante las masas en el Glastonbury de 2008, Richard Ashcroft dijo desde el entarimado: «Éste es el tipo de amanecer que espero algunos de ustedes tengan: un amanecer de terciopelo».
Y comenzaron las notas de «Velvet Morning».
El terciopelo supone suavidad, pero se vuelve relativo -por decir lo menos- cuando la palabra proviene de un tipo como Ashcroft, paladín de la nostalgia y un maestro en el arte de las letras hinchadas de melancolía.
Los amantes del brit en los 90 encontraron en aquel álbum, Urban Hymns, el aposento sobre el cual ofrendar deseos, manías y frustraciones. Y «Velvet Morning», tal vez la pieza menos valorada del material y hasta tachada por muchos de aburrida, conjuntó líricamente todo eso. Ni siquiera un amanecer, a los ojos de Richard, suponía renacer o revivir. Hay mañanas jodidas por más brillo que despida el sol.
«Conozco la canción de Lee Hazelwood, ‘Some velvet morning when I’m straight‘, y simplemente me pareció graciosa», dijo Ashcroft.
«Obviamente el personaje en esta canción está lejos de ello, y creo que por eso (el corte) conmueve más en esos momentos, a las 7 u 8 de la mañana, cuando uno pasa de creer que ha resuelto los problemas del mundo a sentirse una mierda antes de salir por algo de leche. Suceden estas malditas cosas de blanco o negro», abundó el frontman.
Así cantó el flaco esta bella oda al dolor en esa noche gloriosa de Glastonbury 2008, detrás de unas gafas azuladas y con ojos cerrados justo cuando pronunció estas atrocidades del alma: «And now I’m trying to tell you about my life, and my tongue is twisted, and more dead than alive, and my feelings, they’ve always been betrayed…»
Sin moretones en el alma… no sería Richard.
RADIOLARIA 
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