En una conversación con el crítico musical Robert Hilburn, el 12 de septiembre de 1993, Bono intercambió los papeles y preguntó si era verdad que «One» había sido usada en la radio durante los disturbios de Los Angeles, meses atrás.
«Lo escuché de boca de algunos amigos y me sorprendió mucho porque jamás concebí la canción con un sentido esperanzador o reconfortante», aclaró el cabecilla de U2.
Y es que «One» siempre ha estado lejos de la cantaleta sesentera en favor de la convivencia pacífica y la creencia de que, envolviéndose en la bandera de la armonía y el respeto, todo vínculo es sano. Minutos antes de un show en Brisbaine, Australia, en noviembre de 2006, Bono no pudo ser más claro al respecto: «Si aman la canción, por favor no la utilicen como tema de boda porque tiene una letra amarga y retorcida. Es acerca de personas separándose y de poder trascender esto. Más que todo, es acerca de una batalla entre enamorados.»
A nivel musical, «One» fue un maravilloso accidente que definió la suerte no sólo de Achtung Baby, sino del futuro del cuarteto cuando la torre estaba por venirse abajo.
Porque hubo que sufrir desde el esqueleto que sostenía a la cuadrilla. Larry Mullen y Adam Clayton integraban la parte conservadora y buscaban un sonido que repitiera los matices ochenteros, mientras que Bono y The Edge, su fiel escudero, deseaban probar sí o sí la saliva electrónica e industrial de la nueva década.
Entre las diferencias y sesiones estériles en los estudios Hansa que reflejaban a un vocalista sin boca y a una banda sin brazos, The Edge fue una epifanía en sí mismo. Sin chamanes, brujos ni sirenas desnudas que lo motivaran, el británico del gorrito sustrajo de «Sick Puppy» («Mysterious Ways» en fase larva) un puentecillo melódico. Y justo ahí, el productor Daniel Lanois encontró semilla en tierra húmeda y dilató el instante con solicitudes propias de un genio meticuloso, dispuesto a dividir el átomo si con eso se destruye un mundo jodido y se levanta uno fantástico.
Minutos después, «Sick Puppy» era un planeta y «One» era otro. Los irlandeses se habían enredado finalmente con Dios y en la tormentosa reclusión el universo de U2 mutó, según las memorias del guitarrista: «De repente, algo muy poderoso había sucedido en la habitación.»
«The Edge cambió los acordes y la canción brotó. La melodía, la estructura… todo se hizo en menos de 15 minutos», recordó Bono, quien fue ensamblando versos igual por una clase de iluminación difícil de explicar. Si en las letras se hablaba de una relación pantanosa, también fueron rociados tópicos como la infidelidad y el abandono. No por nada es la canción con más capítulos de corte mitológico en la carrera de U2.
En poco más de cuatro minutos, «One» resultó un demoledor compendio de las mayores virtudes de una agrupación que estaba a nada de pegarse un tiro. Pero The Edge asomó la cabeza en la divisoria entre lo imposible y lo mágico y creó, literalmente, creó.
El resto es historia. Casi un millar de interpretaciones en vivo a partir del show en el Civic Center de Lakeland, Florida, el 29 de febrero de 1992, confirmó que aquella tarde, en las frías paredes de Hansa, no se compuso una canción ni se buscó un single superior a «With Or Without You».
Se proclamó, en todo lo alto, un evangelio…
«Well it’s too late, tonight, to drag the past out into the light, we’re one, but we’re not the same…»
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