Hay individuos de la vieja guardia que aún en nuestros tiempos reviven a menudo la historia de Shocking Blue, los holandeses que cosecharon gloria con dos joyas que animaron el amanecer de los años 70: «Venus» y «Never Marry a Railroad Man».
Apuntando a la segunda, algunos seguidores del grupo que apenas rasguñó siete años de carrera sostienen que los líricos se basaban en dos premisas: la poca fe que se debe tener en ciertos prototipos masculinos, y la manera en que Mariska Veres, la guapísima afrodita de cabellos oscuros que llenaba el micrófono de miel, mantenía a raya a una marea de pretendientes.
«‘Venus’ era una buena canción, pero por supuesto… jamás pensé que llegaría a ser número uno. Me agradaba, pero ni remotamente la interpretaba con más gusto que ‘Railroad Man’…», clarificó Veres al presentador de televisión, Boudewijn Büch, en 1988.
En «Never Marry a Railroad Man», simple que en 1970 llegó a la cúspide de los listados de popularidad en Países Bajos y Francia, se recitaba un consejo presumiblemente salido de un desencanto: huirle a un hombre por quien no conviene luchar, el amor de un ferrocarrilero, un alma que viene y va y que regresa para marcharse otra vez. El donjuán esquivo, el casanova fugaz, el macho lleno de lugares y carente de hogares.
«Have you been broken hearted once or twice? If it’s yes, how did you feel at his first lies? If it’s no, you need this good advice: never marry a railroad man, he loves you every now and then, his heart is at his mule train, no, no, no…»
Los versos eran entonados por una mujer exótica, encantadora y escultural, la hija de un gitano húngaro cuya primerísima petición al adherirse a la agrupación fue que la relación con sus tres compañeros no vulnerara el perímetro profesional.
Mariska se apartaba de arrogancias y vanidades anómalas; era timidona, recatada y hogareña, y el alcohol, las drogas y el cigarro le quedaban más lejos que Venus. Con monosílabos de alto voltaje estropeaba los planes nocturnos y se oponía a despilfarrar los dólares ganados por la causa de los Blues. Además del billar en modalidad carambola, sus fantasías sexuales eran cítricas: el té de limón y el jugo de naranja. Así escapaba a los moldes de la época, a las Janis y a las Debbies. La psicodelia, más que cualquier cosa, era una palabra graciosa.
«En aquellos años era sencillamente una muñeca pintarrajeada, nadie podía acecharme; hoy en día soy más abierta al exterior y a la gente», reconoció la diva de la eterna peluca en 1996, cuando accedió a conversar con un emisario de la revista belga Flair.
A la desintegración de los Shocking Blues, Veres ató una carrera solista con escaso éxito, un periodo de subidas y bajadas en el que su apariencia física fue tornándose, según admitió ella misma, «menos favorecedora«. Cuando en 1984 el grupo holandés se reencontró para realizar algunos recitales, ciertamente los aplausos tronaron al verla canturrear «Never Marry a Railroad Man», pero la cosa no pasó de ahí.
El 2 de diciembre de 2006 Mariska murió por un arpón canceroso en la vesícula. Dejando correr el bulo, algunos sostienen que de principio a fin la mujer se empeñó en cumplir cabalmente el consejo que ella misma dio en las líneas de aquel himno antichacales. Jamás procreó hijos ni tuvo amoríos deshilachados con maquinistas y hombrezuelos de todas… y de nadie.
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