Arañaban los veinticinco y bajaban la cabeza. Evitaban los ojos de sus entrevistadores y padecían de una timidez categoría «emo».
Pero en estricta aplicación de la terminología mexicana, Ben Goldwasser y Andrew VanWyngarden eran unos «moscamuertas» porque, ya bien colado, aquel supuesto low profile no entraba al vaso musical. En ese 2008 conquistaban la radio y la red con un credo en forma de canción dizque sacado de «Dancing Queen» (ABBA) que incluía las siguientes ideas: componer música, hacer dinero, casarse con modelos, mudarse a París, inyectarse heroína, dejar atrás a los amigos, extrañar a los hermanos, acostarse con estrellas, sepultar el amor, embarazar a las modelos, divorciarse de las modelos, encontrar otras modelos, vivir a toda velocidad y emprender la retirada con un épico -o absurdo- accidente.
«We’ll choke on our vomit and that will be the end, we were fated to pretend…»
El sencillo era «Time to Pretend». Menos mal. En el título se aclaraba que todo era imaginación, que no cenaban realmente manzanas remojadas en ácido y que tampoco era necesario resbalarse con vómito para canturrear sobre oclusiones. Era, tan solo, una proyección de las correrías de los rockeros salvajes del live fast, die young en las que el cuerpo paga caro el ingreso de «algo» a la nariz o la vena.
«Tiene que ver con esta broma de ser rockstars de enorme arrastre. No quiere decir que nosotros nos hayamos propuesto llevar ese estilo de vida, nunca lo deseamos, pero ahora parece que todo cambió al tocar en grandes festivales y al estar permanentemente de gira. Es una cosa extraña, sólo queríamos llegar al punto en que pudiésemos hacer algo realmente ridículo», explicó el intelectualoide Goldwasser a The Independent.
«Es genial que algunos escuchen la canción y se ofendan. Habrá quienes piensen que hablamos en serio y que en efecto somos adictos, mientras que otros nos considerarán unos bocazas baratos. Es justo lo que esperaba como letrista: ¡causar confusión!», afirmó a Digital Spy el del flequillo desaliñado, VanWyngarden.
Originalmente llamada «The Mantis Sailing Home» por puro juego, «Time To Pretend» no fue sólo el banderazo de salida en la carrera del proyecto estudiantil al que le cayó del cielo un contrato multianual de Columbia Records, también es su tema insignia, una declaración desvergonzada a la cual muchos han querido tachar de premonitoria. Pero a cada insinuación y ya con más de una década de vuelos y carreteras, en las buenas y en las malas, los nenes de Brooklyn han demostrado que el fuego siempre ha quedado lejos.
Psicodélicos y raritos, consiguieron que por encima de cualquier polémica, la «canción más MGMT de todas», la que invocaba al mismísimo demonio, cosechara alabanzas de NME, Rolling Stone y Time.
Ni qué decir de aquella visita al show de David Letterman en 2008, memoria perpetua para Andrew: «Es uno de esos momentos en los que todo es divertido y tonto y haces chistes locales y de pronto… ¡oh sí!, estás en televisión nacional, pareciendo idiotas con tus capas de druidas. Si recuerdas esas escenas puedes verme diciendo: ‘Oh Dios, ¿qué está pasando?’»
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