«Underwear», la canción más cachonda de Pulp, con el título más sugestivo y el acento más donjuanesco de Jarvis Cocker, podría entrañar, a su vez, el momento más incómodo de un encuentro sexual a punto de suceder, como bien advirtió el flaco líder de la banda a sus fans en el Reading de agosto de 1994: «La ropa interior es como tu última línea de defensa. ¿Han estado en esa situación en la que llegan con alguien a casa y ‘eso’ parece una buena idea y de pronto lo único que te queda encima es ropa interior. Y después piensas que quizá no es tan buena idea, pero a la vez ya estás ahí… y sabes lo que va a suceder.»
No importan nombre, identidad o número de apartamento, mucho menos quién la hace de anfitrión. Hombre y mujer se encuentran a solas en una habitación y el cerrón de puerta ya ha hecho volar palomas. Situación ideal y directa, en cash, el mundo a lo lejos, las ganas confundiéndose con temblorina, las sábanas esperando y las almohadas estorbando.
Pero en el mundo de Jarvis, en esa tatema abanderada por las gafas de nerd pervertido, siempre viene algo fuera de orden. Y en las letras de la canción del deseo el tipo aventó el agobio tardío y el arrepentimiento a destiempo: «You couldn’t stop it now, there’s no way to get out, he’s standing far too near, how the hell did you get here semi-naked in somebody else’s room?»
Pocos meses después de la referida presentación de Pulp en el main stage del festival británico, «Underwear» apareció en el décimo renglón del tracklist del monumental Different Class, con un Cocker sopapeando las buenas costumbres en la grabación definitiva del álbum y torciendo la voz cual si Serge Gainsbourg se hubiera escapado de la tumba…. pero con el acento municipal de Sheffield. La composición resultó ser una delicia atrapamasas en Reino Unido, a tal grado que la cuadrilla, de reunirse, bien podría tocarla en cada uno de sus recitales por los siglos de los siglos, tal y como lo hizo mientras el sueño duró.
En 2010 el frontman reveló que únicamente usaba ropa interior ajustada porque, de lo contrario, experimentaba una considerable pérdida de «estabilidad». Y un año después, durante la muy festejada gira de reencuentro del grupo inglés, volvió a pararse en los terrenos húmedos de Reading para adobar la interpretación de «Underwear» como sólo a él se le podía ocurrir. Trepó a una bocina, avizoró entre la gran multitud a un incauto que traía consigo una muñeca inflable y simulaba hacerle el mejor sexo oral en la historia de los festivales musicales, y se pronunció: «Tengo que externar mi admiración por cualquier hombre capaz de mantener su lengua en una vagina por tanto tiempo, aun cuando ésta esté hecha de plástico.»
La adulación al desfiguro abrió un momento aparte y desencadenó un torrente de gritos y aplausos. El papanatas correspondió al elogio de Cocker alzando el puño de los vencedores y muy cínicamente dio un último lengüetazo a su dame de voyage, una rubia muda, servicial y carente de su última línea de defensa.
Y así, con el condimento perfecto, Pulp comenzó la crónica viva de un vulgar acostón semideseado, ese que, pasado por la engatusadora y encantadora voz de Jarvis, es narrar un cuento de hadas entre el colchón y las estrellas.
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