En su «etapa Cavalera» la voluntad de los chicos de Sepultura ponía un pie en la música y otro en la denuncia. Y con el tema «Murder», de 1991, el cuarteto arremetió con total fiereza en contra de las fuerzas del orden en su propio país.
No era necesario replicar los ataques que otras cuadrillas al servicio del metal suelen dedicar al régimen de Estados Unidos. Acá… Paulo Jr., Andreas Kisser y los hermanos Igor y Max Cavalera invertían suficiente tiempo en lanzar arpones contra la estructura carcelaria de Brasil.
«On the radio, another homicide, inmates suffocate in jail, severed heads of revolt, I wish I’d never been born», rugía sin misericordia Max en el corte de su autoría inserto en álbum Arise.
«La letra aborda el sistema penitenciario de Sudamérica y, en particular, de Brasil. Si pensaban que el apartheid era exclusivo de Sudáfrica, necesitan echar un vistazo al interior de una prisión brasileña. ‘Murder’ es lo opuesto a lo que uno cree que es Brasil», afirmó el vocalista a la revista Aardschok. «Que quede claro: este país no es únicamente sol, playa y mujeres hermosas», añadió el barbón de Belo Horizonte, quien cinco años después terminaría su relación laboral con el grupo que él mismo fundó.
A sus letras le sobraba sustento. Por años el cuarteto fue una piedra en los zapatos de sus semejantes y el robusto cosmos del metal ha hecho que ciertos pasajes musicales se conviertan en una denuncia perpetua. En 2010 el periódico Folha de São Paulo publicó que en una cárcel del estado de Espírito Santo casi trescientos hombres estaban confinados en un espacio planeado para cincuenta, y en semejante cajón se las arreglaban para dormir, comer y hacer sus necesidades. Un olor insoportable era la firma invisible de una atrocidad consentida que resultaba, a la vez, un muestreo demoledor: la proporción a nivel nacional era de 470,000 presos en espacios donde cabían 280,000.
Ese año Naciones Unidas admitió que las cárceles brasileñas eran una suerte de centros de tortura, hacinamiento y aglomeración de reos, quienes a últimas fechas habían pasado de una situación irregular a una estadía inhumana.
Historias y encontronazos de Max Cavalera con el sistema y con la policía sudamericana jamás fueron novedad. Entre sus roces se cuenta un incidente durante un concierto celebrado en 1994 en Sao Paulo, donde el sempiterno rudote fue acusado de pisotear la bandera brasileña en el escenario del festival Hollywood Rock.
«Me arrestaron por cometer un acto de terrorismo contra Brasil. Todo llegó al punto de recibir una llamada de un integrante de Nirvana, creo que fue Dave Grohl, quien me preguntó el motivo por el que me había cagado sobre la bandera. Fue algo que escaló de pisar… a escupir… a mear… a cagarme en la bandera. Me tuvieron horas en custodia y sólo se trató de un invento de la policía. Tal vez todo se debió a que en una de las canciones hicimos que 100,000 personas gritaran ‘Fuck the police!‘»
Acaso tal declaración hacía referencia a «Anticop», otro de los misiles que Sepultura dedicó a «los buenos» del país de Pelé y Caetano Veloso.
La versión de Brasil a la que frecuentemente hizo alusión la banda. La nación que se mueve entre sombras cuando quedan lejos los campos de futbol y sus respectivos actos de magia. La tierra que, como denunció Max casi veinte años antes de la revelación de las cifras del rotativo paulista, no tiene nada que ver con soles radiantes, playas hermosas y mujeres despampanantes.
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