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El eterno ciclo de la tecnología en el que el futuro llega antes de tiempo y mordisquea despiadadamente al presente acordonaba los pensamientos de Roger Taylor. Avanzaban los ochentas, el video había nacido y lo infectaba todo, y en el álgebra del baterista de Queen -el rubio de la banda, como le identifican muchos- aparecía un cálculo claro de que una ola ciclópea caería sobre la radio, entonces gran aliada de la industria de la música.
«Los videos musicales parecen estar arrasando con la parte auditiva. Lo visual parece ser ahora más relevante», afirmó el oriundo de Norfolk en una conversación con Frank Bough en enero de 1984.
Estas sensaciones de asedio y transición aromatizaban sus ratos de creatividad exactamente cuando concebía el embrión de «Radio Ga Ga», eventual pieza de museo del cuarteto inglés que contó con un curioso título salido más de la casualidad que de la reflexión.
«Alguien había encendido la radio y mi pequeño Felix empezó a balbucear… ‘Radio po po’… que luego se convirtió en ‘Radio ca ca’… que finalmente se volvió ‘Radio Ga Ga’», declaró Taylor cuando hizo escala en la estación australiana Triple M. «La canción habla de cómo la radio nos afectaba cuando éramos jóvenes, era el medio primario para escuchar música. Recuerdo que, cuando niño, todo lo que oíamos era Doris Day y ocasionalmente rotaban algo de Elvis Presley o de Bill Haley. Eso es lo que me llevó al rock and roll.»
Hablando del embate de los videos y de su atractiva matrona, la MTV, el clip derivado del single se basaba en el filme de 1926, Metropolis, y anticipaba lo que con el correr de los años sería una escena clásica en las presentaciones de Queen: el grupo cantando y alebrestando a sus fieles desde el escenario y éstos respondiendo hipnotizados con tandas de aplausos en pares durante el coro, haciendo de los segundos un lapso estremecedor, robótico, perfecto. «Radio Ga Ga» y el rock de estadio… volviéndose uno.
Para el tour del álbum The Works la canción solía ser colocada antes del encore, siempre con esa réplica demoledora de los asistentes, pero pocos encuentran en los archivos del grupo una ocasión superior al Live Aid de 1985. Las 6:41 de la tarde, el 13 de julio y los 75,000 fans apretados en Wembley integraron apenas la guía numérica de un suceso imposible de foliar.
El 9 de noviembre de 2005 cientos de diarios publicaron el triunfo de Queen en el polémico sondeo de «La mejor interpretación en vivo de la historia», aventajando a los contoneos de Jimi Hendrix en Woodstock, al ornamentado recital de The Rolling Stones en Hyde Park (ambos en 1969) y al alucinante turno de Radiohead en el Glastonbury de 1997. Para determinar al triunfador, más de 60 artistas, periodistas, críticos y ejecutivos de la industria enviaron su voto.
Aunque Queen sólo obsequió seis piezas en aquel show crepuscular en Wembley y la primera fue una «Bohemian Rhapsody» cercenada por las prisas, muchos de los votantes coincidieron en que «Radio Ga Ga», otrora mero silabeo del bebé de Taylor, fue el momento de toque con el cielo, coronado por miles de palmas tronando al unísono ante la mirada potente, los vaqueros anticuados, el brazalete coqueto y la camiseta pegadita de un bigotón en estado de éxtasis. Apenas unos Adidas blancos de bota pudieron calzar a semejante monstruo.
No por nada, al retirarse del escenario londinense, los cuatro hijos de la reina dejaron una misión casi imposible a quien los sucedía en la orden del día. Un tal David Bowie.
«We watch the shows, we watch the stars, on videos for hours and hours, we hardly need to use our ears…»
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