En más de un frente el disco Urban Hymns estuvo en la disputa por ser algo así como la huella digital de 1997 en cuanto a materiales de estudio se refiere.
Y en esa contienda, podría decirse que la estructura de la obra maestra de The Verve, con su avasallante cauda de cortes conmovedores, era sostenida por tres pilastras: la épica y ampulosa «Bitter Sweet Symphony», la pesarosa «The Drugs Don’t Work» y la dicharachera «Lucky Man», entrega que proclamaba la felicidad en vivo y a todo color del recién casado Richard Ashcroft.
Pero en esta tirilla de sólidas composiciones, crème de la crème del britpop y con el arsenal suficiente para opacar al tan esperado Be Here Now de Oasis, asomaba la cabeza una balada sublime que, al tiempo, se volvió la perpetua acompañante del flaco vocalista en su faceta solista y de la flamable banda de Wigan, antes de que sus integrantes emprendieran aventuras distintas. Se titula «Sonnet».
«En casa mi mujer tiene una caja roja con recuerdos y de ahí brotó la inspiración. Habla de esa sensación de cuando estás literalmente en el punto de aceptar que no estás completo. Ahí yace gran parte de su esencia», contó Ashcroft en 2016 al diario mexicano Reforma.
«Menciono la línea ‘Don’t sound like no sonnet…‘ porque genuinamente un soneto es una pieza bien hecha, perfectamente equilibrada. La canción hace referencia al alma de una persona comparada con un soneto. Alguien que busca algún tipo de redención y perdón, pero que a la vez sabe que no es enteramente como un soneto, porque no es perfecto ni tiene un balance absoluto. Sí, la composición es un tanto personal.»
La balada tuvo que soportar ser ese típico track 2 a menudo menospreciado por el peso del himno de apertura. Miles de britpoperos hacían sonar en sus estéreos «Bitter Sweet Symphony» y la repetían y la repetían sin dar lugar al inicio de «Sonnet». Otros, los menos, dejaban correr el álbum completo y escuchaban ese rasgueo de la guitarra acústica que bajaba la velocidad y dejaba salir la miel. Y entonces… descubrían al The Verve de culto, el de tonalidades y barnices, el alfombrado.
«Las canciones que implican devoción me llevan a otro lado, hacen que junte mis manos y aplauda al escucharlas. Es como música de iglesia, es música gospel. ‘Sonnet’ es un tema gospel, su estribillo podría ser entonado en el coro de una iglesia y no causaría conflicto. No es algo intencional, simplemente así se siente», le dijo Richard a Jay Babcock en otra ocasión.
Honesto, sin envoltorios barrocos y con una gran muestra vocal, el corte fue lanzado como sencillo final de Urban Hymns el 2 de marzo de 1998, y no por decisión de la banda, sino por presión del extinto Hut Records, sello que se empeñaba en poner singles en circulación como hamburguesas malas en la boca de los estadounidenses. El quinteto tuvo que doblar las manos ante tal capricho, pero contragolpeó con diplomacia limitando el tiraje a 5,000 copias, con la intención fin que la canción nadara en estanques y no en los mares del mainstream.
El rebelde Ashcroft acató su propia regla. La «música de iglesia», la que hace que uno se sienta cerquita de Dios, no debe mcdonalizarse.
«Why can’t you see that nature has its way of warning me. Eyes open wide… looking at the heavens with a tear in my eye…»
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