No era herida, era hemorragia. Habían pasado escasas horas y Adele no quiso -valga el término- desaprovechar la tortura.
Como si se tratara de una inaplazable maniobra de purga, se apareció con ojos llorosos y pómulos hinchados en un estudio de grabación poco después de una acalorada discusión que derivó en rompimiento definitivo con un hombre con quien había sostenido su primer noviazgo elástico y verdadero en un flat de Londres. «Él me hizo adulta, él me puso en el camino que hoy estoy transitando», resumió la cantante con respecto al enigmático donjuán que entre otras cosas había provocado que ella cancelara compromisos comerciales y profesionales meses atrás. La turbulencia y el alcohol fueron las constantes en el tramo final de un idilio de poco más de un año.
El encargado de recibir a la inglesa en tan pesarosas condiciones fue Paul Epworth. Y juntos, en esa tarde de octubre de 2009, se las ingeniaron para crear algo que acabó siendo un himno de tamaño planetario sin el cual el archivo musical de este siglo estaría mocho. Le llamaron «Rolling in the Deep».
Pero la sesión costó un parto. Según dijo el celebérrimo productor a The New York Times, el primer par de horas de trabajo encadenó frustración tras frustración, con un Epworth receptivo y propositivo y una Adele torpedeada y volcánica que de diez sugerencias rechazó diez. «Y después, en algún momento, ella empezó a cantar… ‘There’s a fire…‘», detalló el también compositor acerca del instante en que los cielos se abrieron. O los infiernos. «Adele tenía el corazón deshecho, estaba reducida a trozos y eso se puede escuchar claramente en la canción, así como su coraje y su tristeza», abundó Epworth.
El recuerdo de ella es más descarnado: «Jamás me enojo, pero ese día estaba dispuesta a matar. Entré al estudio llorando y dije… ‘Escribamos una balada.’ Y Paul replicó… ‘¡Por supuesto que no! Quiero hacer una melodía feroz.’»
De la temblorina de una mujer en llamas el productor extrajo una interpretación áurea y una partitura para la posteridad. Iracunda y estremecedora, «Rolling in the Deep» fue la punta de lanza de 21, un álbum destinado a ser el más vendido del siglo. Únicamente en Reino Unido se zampó récords de ventas de campeones como Pink Floyd, Fleetwood Mac y Oasis, yendo a contracorriente de la crisis financiera de la industria.
Según el New York Post, el misterioso hombre que le deshizo el corazón a Adele es Slinky Winfield, aunque la revista Heat concluyó que es el fotógrafo Alex Sturrock.
«Esa canción es como si yo dijera… ‘Lárgate de mi casa’, en lugar de rogarle al tipo que regrese a mi lado. Es mi reacción por haberme dicho que soy aburrida y una basura, que soy una mujer débil. La escribí como una forma de decir… ‘Vete al demonio’», sintetizó en otra ocasión la británica a Spin.
Habiendo escarbado en el tipo de batallas cotidianas que tenía con Slinky (o Alex), esa última declaración fue un martillo. No dejó dudas.
«There’s a fire starting in my heart, reaching a fever pitch and it’s bringing me out the dark, finally I can see you crystal clear, go ‘head and sell me out and I’ll lay your ship bare…»
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