«Basket Case» es, para muchos, el sonido primigenio de Green Day. O al menos del Green Day de médula, el de 1994, el de Dookie.
Sin embargo, durante la época de gestación de aquellas canciones que al tiempo integraron una de las obras capitales del neo punk noventero, Billie Joe Armstrong, el inquieto y carismático cantante del trío californiano, hizo y deshizo a lo grande con respecto a la forma y fondo del corte que en buena medida provocó que acabaran vendiéndose más de quince millones de unidades del álbum etiquetado a nombre de Reprise Records.
«La letra fue cambiando una y otra vez. Se planteó de inicio como un tema acerca de una relación sentimental, pero después se me ocurrió transformarla en algo acerca de la neurosis, en una canción tipo ataque de pánico… y parece que funcionó», afirmó Armstrong en 2010. «Ni siquiera esperaba que llegara a ser sencillo, en realidad se trataba de una composición difícil de tocar. Posteriormente fue lanzada y me di cuenta de que había sido un gran error.»
Y vaya detallito. Porque al menos desde la perspectiva del grueso de los críticos, el tercer single de Dookie cumplía a cabalidad con las peculiaridades de una pieza bandera. Vigor, intención y arrastre le sobraban. El reputado New Musical Express la ubicó en el vigésimo escalón dentro de las 100 mejores canciones de la década de los 90 y discutir sobre la huella que deja en los feligreses de Green Day cada vez que suena en directo resulta un tanto cuanto ocioso.
«It all keeps adding up, I thing I’m cracking up, am I just paranoid? am I just stoned?»
De la misma forma en que algunos golpes dejan expuesta la carne viva, en los tres minutos arrolladores y desenfrenados de «Basket Case» quedan al descubierto los ataques de ansiedad y las ráfagas de angustia que con el paso de los años envolvieron a Billie Joe. Solía despertar en las madrugadas con una temblorina que solamente se suavizaba con una larga caminata y los silencios propios del planeta de los insomnes. Ya después, al nene se le entregaron papeles y documentos que lo foliaron oficialmente como paciente de «trastorno de pánico».
«El único modo para saber cómo lidiar con algo así era escribiendo al respecto», dijo a Sound on Sound el hombre de los ojos más redondos del universo, el músico que por ser presa de sus propias rabietas se volvió blanco de esos tabloides que sin una migaja de misericordia hacen teatro de este tipo de desórdenes. Por eso mismo, hubo que sacar oro de las cavernas e incluso hacer un video acorde en las instalaciones de un centro psiquiátrico en Santa Clara.
«Es un himno para los raritos, es acerca de perder la cabeza. Mucha gente ha experimentado eso», aventó Armstrong ante la Rolling Stone en 2017.
Difícil creer que un sencillo de semejantes alcances hubiese sido escrito minutos después de un coletazo de ansiedad desbordada, al interior de un viejo sótano en las villas de Berkeley y habiendo comido unos cuantos triángulos de pizza de jamón con queso. Así, con mordidas grandes y versos sin filtro, Billie Joe se liberó.
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