La Winehouse y sus misteriosas maneras de introducir las angustias y tragedias en pequeños versos.
En 2007 fue publicada «Back to Black» como parte del extraordinario disco del mismo título, el cual retrataba el subibaja tormentoso de Amy Winehouse con el amor de su vida: Blake Fielder-Civil.
En el momento de labrar esa y otro racimo de composiciones de la mano del productor Mark Ronson, los enamorados ya se habían dicho adiós. Y se dio la típica: en los negrísimos abismos del dolor surgió el arte del que medio mundo hablaría en los meses posteriores.
Ronson improvisó unas pocas notas al piano y Winehouse quedó absorta. Sin pronunciar palabra se encerró en una habitación en compañía de mil ideas, un fantasma, un látigo y un bolígrafo. No pasó siquiera una hora. Sin más norma que la víscera, la británica reapareció con un machote de anotaciones calientes y descarnadas nivel: «He left no time to regret, kept his dick wet… with his same old safe bet, me and my head high, and my tears dry…»
Una estupidez hubiese sido dejar cerrar semejantes heridas sin sacar raja. Mark y Amy trabajaron a todo galope hasta que la hemorragia del alma y los reclamos garabateados al maldito Blake fueron convertidos en cuatro minutos de gloria. La versión capturada en el estudio hace que inevitablemente aflore el recuerdo de las excelsas baladas de grupos femeniles de los años 60.
«‘Back to Black’ trata de cuando uno termina y retorna a una realidad confortable. Mi ex volvió con su antigua chica y yo retomé el alcohol y las noches oscuras», manifestó la cantante al sensacionalista The Sun.
Suele suceder que cuando uno ya ha montado semejante novelón en el que amigos y suegros acaban detestando al susodicho por partirle el corazón a nuestra «querida», súbitamente la historia sufre un volteón, los tórtolos se reencuentran y como por arte de magia los incendios son sofocados en un santiamén. La sonrisa sale a flote otra vez, la aflicción queda sepultada y toda acción que ha lacerado queda archivada como malentendido. Y así pasó. Pocos meses después Winehouse y Fielder-Civil activaron la versión 2.0 de su noviazgo y posaron frente a los paparazzi con sonrisas radiantes, como si el solazo de hoy hiciera pensar que ayer no cayó una gota de lluvia.
«Nunca me sentí con nadie como con él, fue un asunto catártico. Estaba terriblemente mal por la forma en que nos tratamos el uno al otro y pensé que no volveríamos a vernos. Él ahora se ríe y me dice… ‘¿Creíste de verdad que no volveríamos? ¡Nos amamos!’, pero a mí no me parece gracioso, me quería morir», soltó Amy con vena abierta y aires renovados a la revista Rolling Stone en 2007, año en que los enamorados decidieron envolverse en celofán y casarse.
La ironía se hace mayúscula en el video a blancos y negros de «Back to Black», donde se monta un funeral en el que aparece Amy para -obvio- externar sus condolencias. Poco, muy poco tiempo después, una numerosa comitiva asistiría a un servicio funerario que de ficticio no tendría nada. Todo en honor a la mujer de falda corta y piernas flacas que, en la posibilidad de conquistar los siete mares con esa voz imperial, se ahogó en sus tempestades.
En la canción Winehouse recita que ha muerto en un centenar de ocasiones. En el mundo real bastó una… y fue la última.
Opina en Radiolaria