No llevan ni dos años como banda, pero Jim ya está rebasado y suelta la queja. Arguye que se encarga de la totalidad de las letras y pide equilibrar la carreta de The Doors. Entre exaltado y abatido, mira a Robby: «¿Por qué no intentas escribir una canción?, ¿por qué tengo que hacer todo yo?» Éste contesta sin alterarse: «De acuerdo, ¿sobre qué debería escribir?» Jim mide el tiempo: «De algo universal, algo que no pase de moda en los próximos dos años…» Robby no se quiebra la cabeza: «Está bien, escribiré sobre alguno de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego o agua…»
Al final, el guitarrista elige el fuego porque le viene en gana y porque lleva meses maravillado con «Play with Fire» de The Rolling Stones.
Cubierta buena parte de la lírica, llega el momento de engarzar los talentos de un excepcional cuarteto que jamás cumplió las señales de tránsito del rock. La insinuante interpretación de Morrison, la idea del baterista John Densmore de espolvorear vibras latinas sobre la melodía, y el órgano de Ray Manzarek hipnotizando por más de seis minutos plantean una buena y una mala: «Light my Fire» es una obra de arte, pero dura demasiado para los estándares de los programadores en 1967, año en que pululan canciones que no caducarán nunca.
«El solo de órgano surgió de la idea simple de dejarnos llevar por la música, no importando el lugar al cual nos condujera. Era cuestión de improvisar», comentó hace años Manzarek al sitio About.com.
Por consejo del DJ Dave Diamond y luego de mucho refunfuñar, los cuatro Doors acceden a mutilar la pieza y para abril la «lightmyfiremanía» escurre cera sobre cientos de estaciones de radio cada media hora, impulsando al single a la cúspide del Billboard. La certificación de que nadie los supera se concreta en julio.
«No queríamos acortarla porque se trataba de nuestra canción favorita, pero al final lo hicimos y después de eso todo el infierno se desató», afirmó Krieger.
La histeria, en efecto, es colosal y el sencillo que incita a alcanzar el orgasmo le planta cara a la tribunera «All You Need Is Love» que The Beatles canturrean muy coordinados y peinados al otro lado del charco. En terreno estadounidense la cosa es más sucia y el remolino provocado por los chicos de UCLA es tal que hasta el más nerd de ellos, Manzarek, se vuelve sexy a los ojos de las chicas gracias al match de los anteojos, las patillas y ese modesto órgano Vox Continental del que se fugan sonidos arrebatadores que agregan dos puntitos de erotismo a los contoneos de Jim.
El colofón de esta revolución se da en septiembre de 1967, cuando The Doors aparece por primera ocasión en el show de Ed Sullivan. Angustiada porque buena parte de su audiencia no está ni cerca de la edad mínima para beber, la producción de CBS pide a Morrison y compañía que se porten bien y modifiquen la línea «Girl you couldn’t get much higher«. El cantante, sereno y esta noche no macerado en alcohol, accede.
Justo antes del momento de la verdad, Jim agarra con fuerza el micrófono, cierra los ojos, menea la cabeza como si una mujer le jalara las greñas y grita el evangelio de Robby sin variar una letra. El foco rojo de las cámaras confirma la catástrofe. Se consuma el desafío y alguien manda a comerciales. Sullivan tiene un conato de infarto.
La manera en que Densmore recordó recientemente el desacato no tiene comparación: «Jim lo hizo a su manera y nos dijeron ‘¡Nunca estarán de nuevo en este show!’, a lo que nosotros respondimos ‘Bueno, ya nos presentamos, sólo queríamos hacerlo una vez. ¡Salud!»
Igual que con los orgasmos: con uno que haga perder la vista basta.
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