La anti música para las masas.
Depeche Mode ha desprendido la grasa, ha hecho una especie de limpieza étnica, ha desarrollado su capacidad de hablarle a sus elegidos… y a nadie más.
Delta Machine es un llamado a los devotees vestidos de negro que salían de las alcantarillas en los años 80 con algo de maquillaje, un mínimo toque negro en los ojos y unos cuantos cabellos decolorados. Mística Mode en su estado más puro. Introvertidos que se refugiaban en las coplas inestables de Martin Gore y soltaban la lengua en su cama, a oscuras, lejos de los padres, cerca del inframundo.
Los sobrevivientes de aquellos años, y los fans agregados de ULTRA a la fecha, pueden sonreír mientras el resto del mundo critica el nuevo álbum desde su trinchera. Es lógico. En las 13 canciones no hay estribillos de época ni joyas comerciales, y es factible revivir aquella preocupación que tuvo Mute (y Daniel Miller) cuando en 1986 Black Celebration carecía de un sencillo ad hoc para la radio. Delta Machine bien puede existir sin singles. Sucede que es un concepto, una declaración, no una súplica ni un intento de reunir multitudes para aplaudir todos juntos. De eso no se construyen los infiernos, tema recurrente del grupo. Así pues, es un llamado a las tribus depecheras alrededor del mundo. Para sufrir todos… en familia, en sangre.
La oscuridad de Black Celebration, la intensidad de ULTRA y ciertos sonidos de Songs Of Faith And Devotion conforman la nueva apuesta, donde la voz de Dave Gahan suena potente como nunca, punzante, agresiva, desafiante. Y caótica y doblegada cuando se requiere.
La transición de «Welcome To My World»/»Angel» es el mejor inicio de disco depechero desde «Black Celebration»/»Fly On The Windscreen».
De «Heaven» ya hablamos antes, mientras que «Secret To The End» es el corte que le falta al soundtrack de Blade Runner, 31 años después. «My Little Universe» expande horizontes que Radiohead habría deseado en su más reciente álbum y establece un ritmo delicioso con el cual todos abandonan la pista de baile, menos Thom Yorke.
«Slow» condensa la oscuridad y guitarras que tanto gustan a Gore, pero pierde al ser cantada por Dave. Alguien le robó el plato de comida a otro dentro del gremio Depeche. Poco después, «Broken» reconecta con las hordas existencialistas que le profesan fidelidad a la banda, en un universo donde el sufrimiento llega sin aviso y se libera sin olvido. Pudo ser de esos lados B que terminan fuera de la selección final. Por fortuna, fue rescatado e incluido.
«The Child Inside» es, como su primera línea lo dice, bruma y muerte a cargo de Martin. Un mensaje negro del mundo inconexo en voz de un rubio angelical, fascinante paradoja. Luego aceleramos con «Soft Touch/Raw Nerve» y se prepara el terreno para «Should Be Higher», aseada como «In Your Room» y destinada a ser una de las favoritas entre las pandillas Mode (¿pudo sonar en Songs Of Faith And Devotion?).
«Alone» es un bocado de gloria y, a título personal, el punto más alto del disco que, además, prepara la escena para «Soothe My Soul», otro pico rítmico, con cambio de registro. Gahan se contoneará mucho en el tour con éste… y ya miro a sus fans femeninas sudando.
El final es «Goodbye» con su guitarra persistente, un guiño descarado de «I Feel You» cuyos 20 años son curiosamente conmemorados en estos meses. Y así, la banda se despide una y otra vez, una y otra, apelando a su eterno concepto de que nunca saben si han configurado el último álbum de su carrera.
Lo dicho. Es un disco apto para las tribus de cepa, nada saldrá de ahí. Si alguno de los devotos tiene más hambre, será preferible el canibalismo que buscar ayuda en el mundo exterior. Aquí todos se nutren unos a otros en honor a la banda que jamás quiso ser masiva, pero que logró su no objetivo. Por eso hay que volver a las bases del culto, a la «magia negra».
Muchas veces se necesita tranquilidad. Pero otras no… y para esto existe Depeche, para decorar con angustia las vidas insensatas e hipócritas de los «estables». Así sabe mejor el sexo y los besos, el desamor y la tortura, Dios y la parte que negamos de nosotros mismos. La que más nos gusta, el lado oscuro.
En el mundo Depeche no cabe ser (completamente) feliz. Y llegó el momento de celebrarlo.
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