Ritchie Valens, Donna Ludwig y el hombre que hizo más de una cosa a la vez

La rubia de familia adinerada se enamoró del adolescente de cuna chicana y en menos de veinte meses el idilio arrojó una efímera pero entrañable historia de amor musicalizada por una balada que perduró décadas y enmendó buena parte de la catástrofe que les rebanó por la mitad.

Donna Ludwig es «Donna», esa Donna que tituló el corte de Ritchie Valens más rotado en la radio estadounidense en 1958 y 1959, y que despachó ventas que excedieron el millón de unidades.

Valens y Ludwig se conocieron por culpa de la música. Sobrellevando una plática con amigas en un guateque de garaje, Donna fijó el ojo en el guitarrista que amenizaba la fiesta y empleó el modo imán para llamar su atención y dar un final provechoso a la velada. La despedida incluyó el número telefónico en poder del joven y un par de consejos para eludir al celoso padre de Donna.

Con el noviazgo floreciendo, Valens la llamó una tarde y quebró el mito en el que se asegura que los hombres no pueden hacer más de una cosa a la vez: «Mientras hablábamos por teléfono, Ritchie escribió las letras de ‘Donna’ y me las recitó», reveló Donna a Los Angeles Times. «La noche siguiente me llamó y me cantó la pieza completa, tocando su guitarra. Fue maravilloso, jamás pensé que eso llegaría a ser grabado…»

Treinta años después de que el sencillo inundó las radiodifusoras locales, Donna fue localizada por el diario The Washington Post a propósito del estreno del filme La Bamba (1987). Ahí, la cuarentona se desmitificó a sí misma: «Yo era una pequeña rebelde. No era dulce ni inocente, era algo como invocar al infierno y solía fugarme con algunas amigas”.

En una de esas escapadas al volante, bajo el sol de octubre de 1958, la susodicha escuchó por vez primera en la radio… «I had a girl, Donna was her name…» Presa del nervio, Ludwig sostuvo el volante con una mano mientras con la otra intentaba sintonizar la estación, empeñada en que la voz de su novio volara sin interferencia. Todo, mientras las serpentinas de viento masajeaban sus cabellos claros y ondulantes. A toda velocidad en aquel descapotable, la pequeña rebelde fue doblegada por el canturreo de Ritchie.

El lanzamiento de «Donna» empató con la decisión de Valens de dejar sus estudios para centrar tareas y talentos en la música. Y la escalada del single hasta el segundo puesto de la lista de popularidad hizo que el rockero confirmara que ningún otro empleo conjuntaría a tales niveles su pasión, pujanza y virtuosismo. El rock and roll era su latido y su respiración, el punto para fijar un futuro lejos de los bares malolientes y la miseria. Y claro, con Donna acompañándolo en las décadas venideras.

Pero el 3 de febrero de 1959, la música, la culpable, la que había sido su cupido, murió en un campo de maíz de Iowa. Los cuerpos de Buddy Holly, JP Richardson y Ritchie Valens fueron hallados a varios metros de la avioneta Beechcfraft de cuatro asientos que los artistas habían alquilado para llegar con sobrada anticipación a un concierto en Moorhead, Minnesota.

Un año después de la tragedia, Elvis Presley hizo que su guardaespaldas buscara a Donna por doquier para concretar una cita muy distinta a las que el astro de la cadera eléctrica solía arreglar. Finalmente, cuando el encuentro se llevó a cabo en el penthouse del Hotel Beverly Wilshire, el nuevo símbolo del rock miró a Ludwig con ojos obsesivos y le hizo la mar de preguntas sobre su amor perdido. «Él quería saber absolutamente todo sobre Ritchie, si era capaz de leer música, si podía escribir sus propias canciones, cosas así…», rememoró Donna en 1987.

Entre las respuestas que dio a Elvis, amables pero amuralladas por el luto y la desazón, la rubia reveló detalles de Valens, pero se guardó la forma en que «Donna» fue compuesta en aquella conversación, aquella melosa llamada telefónica a espaldas de su padre en la cual su enamorado, aún siendo hombre, demostró que podía hacer… más de una cosa a la vez.

«‘Cause I love my girl, Donna, where can you be? Where can you be?«

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