
Nueva York cambia en domingo. La urbe despide otro color, suena distinto, vibra diferente. Es una versión bis de sí misma.
Y un domingo Carlos Santana se paró de la cama como si algo le hubiese llamado entre sueños, enfiló hacia la ventana con el elegante rascado de trasero que encumbra las caminatas de los varones y asomó la cabeza recibiendo en las mejillas destellos anaranjados de un sol crepuscular. Varios pisos abajo, una figura desparpajada, un estímulo inusual le hizo fruncir el ceño.
«Vi a este hombre en la calle. Estaba borracho y tenía un saxofón y una botella de licor en el bolsillo del pantalón», contó Carlos a Ultimate Classic Rock. «Me le quedé viendo unos segundos porque luchaba consigo mismo. No podía hacer las paces, no sabía qué cosa llevarse a la boca primero, si el saxofón o la botella. De inmediato, escuché una canción (…) Escribí todo ahí mismo, en ese momento».
Ese «todo» es «Samba Pa Ti», un instrumental para bailar muy pegaditos con luces bajas, un bolero concebido con una Les Paul especial con más madera que Carlos eligió en 2013 de entre decenas de hits de su amplio catálogo cuando un periodista de la ABC le preguntó sobre la canción de la que más orgulloso se sentía. «Samba Pa Ti», respondió sin chistar. «Todos estamos buscando paz eterna, pero eso se encuentra aquí mismo. Lo único que uno tiene que hacer es compartir», añadió el bigotón.
Exento de cualquier verso que distrajera al oyente y destinado a ser colocado en el disco Abraxas, el corte fue pulido en la primavera de 1970, periodo que Santana, el grupo de San Francisco integrado por los percusionistas José Areas y Mike Carabello, el bajista David Brown, el teclista Gregg Rolie, el baterista Mike Shrieve y el propio Carlos, pasó encerrado en los estudios de Wally Heider, a las órdenes del productor Fred Catero y con el empujón anímico que les había dado su actuación en Woodstock un año antes.
Una tarde, por mediados de octubre, encerrado en el mismo apartamento neoyorquino, el guitarrista nacido en Jalisco escuchó su instrumental abolerado en la radio y sintió cómo se quebró la rutina. «Hasta entonces, cuando oía mis discos, era como mirarme en el espejo y no me reflejara. Eran más bien los rostros de otros guitarristas los que ahí aparecían: B.B. (King), George Benson, Peter Green. Sin embargo, ese día que sonó ‘Samba Pa Ti’ en la radio y me miré, encontré mi cara en el espejo, mi tono, mis huellas, mi identidad, mi unicidad. Al final, cuando grabé aquella pieza, no pensé en nada concreto, fue sentimiento puro, tengo la certeza de que destapé una botella y algo salió de ahí».
Del saxofonista callejero que llamó la atención de Santana en aquel domingo anaranjado nada se supo. Todo rastro quedó en el lado dos de Abraxas y en ese inmaculado sonido espectacular y pendular que a muchos fanáticos les hace mecerse entre el baile cadencioso del romanticismo edulcorado y las intempestivas ganas de tener sexo sin consciencia ni mesura. En un domingo neoyorquino todo se mira distinto y suena diferente.
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