Joshua y Ozzy

Empezaba a hacerse otra vez de noche. Joshua deambulaba entre decenas de árboles que parecían aturdirlo a cada paso. Estaba solo, desamparado, perdido. El aire de un martes de septiembre en el bosque de San Bernardino, California, taladraba su piel causándole más escalofríos que frío. La reciente huida de su escuela en Twin Peaks, veinticuatro horas antes, se había convertido en un episodio laberíntico, carente de norte y sur, sin serenidad, rumbo, luz ni agua.

Con solo ocho años y un reciente diagnóstico de autismo, el niño de apellido Robb era engullido a cada minuto por la bruma de un bosque denso, mudo y sordo que se abrazaba a la espesura de la noche, una tan de cuentos y relatos que, en este caso, se sentía muy real y lejana a un desenlace feliz. Aquí no había magia, héroes ni unicornios milagrosos.

De pronto, como si la fábula reclamara su lugar, detrás de una hilera de árboles anchos, empezó a escucharse el cántico chillante de un hombre maduro. El chiquillo retrocedió dos pasos y subió el cierre de su chaqueta escolar como si forrarse el pecho le proveyera de un escudo frente a la amenaza. Aquella voz se acrecentaba, se hacía más ruidosa y cercana.

Menos de treinta segundos después, Joshua reconoció cada palabra de un verso que empataba a la perfección con la irrupción de la noche. Y esa línea, que le sonó en extremo familiar, mitigó su temblorina. «Another day passes as the night closes in…», escuchó cuando la angustia le trituraba. Enseguida, unas guitarras portentosas sonaron gloriosas, como si serrucharan los mil troncos y destriparan a los mil monstruos alrededor. ¿Podía ser acaso que un misterioso ente hubiese llegado, justo antes de la noche, a rescatarle?

«No more tears, no more tears, no more tears…» soltó una y otra vez el enigmático ser de ultratumba, resolviéndolo todo. Debajo de las estrellas de California, Joshua reconoció su canción favorita. Su ídolo Ozzy era el incauto cuya voz se abrió paso entre cientos de árboles. El destino. Exactamente veinte años después de emerger como single de promoción, la bella «No More Tears» del «Príncipe de la Oscuridad» fue programada en modo repeat por la cuadrilla de búsqueda de San Bernardino. El afligido padre de Joshua, Ron Robb, fue quien dio la idea para que aquel grupo hiciera sonar la canción de Osbourne en los altoparlantes de los vehículos de rastreo, amén de los sabuesos que emprendieron la tarea en los senderos irregulares.

Finalmente, el equipo de rescate dio con el niño, quien justo caminaba orientándose por el sonido de las bocinas. Estaba exhausto y deshidratado, pero en sus ojos tintineaba una pequeñísima luciérnaga. Una luz en medio del bosque.

«La búsqueda de Joshua Robb, el niño autista de ocho años que había desaparecido durante una noche de tormentas eléctricas, finalizó esta noche cuando un equipo especial de rescate lo encontró en una zona boscosa cercana a su escuela, haciendo sonar grabaciones del cantante Ozzy Osbourne«, escribió la reportera de ABC News, Christina Caron, en su nota del 13 de septiembre de 2011, un día antes de que Sharon, esposa del semidiós del metal, declarara a un medio californiano: «Probablemente Ozzy empiece a llorar cuando vea la imagen del pequeño con su chaqueta escolar».

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