La historia detrás de las más grandes canciones

‘Good Vibrations’ y la existencia de la canción perfecta

«I’m pickin’ up good vibrations, she’s giving me the excitations…»

Dos frases chiclosas que destilan buen rollo e irremediablemente inducen a contestar «Ommm, bop bop!«

Y después, una numeralia para contársela al psicólogo: diecisiete sesiones de grabación, noventa y cinco horas de cinta de magnética utilizada, cuatro estudios para las tandas de trabajo y una docena de músicos sacando talento y hartazgo. Y el desfile de instrumentos: flauta, violonchelo, clavecín, arpa judía, bajo eléctrico y vertical, piano de tachuela, armónica de bajo, armónica, órgano, guitarra, además del sobrenatural Electro-Theremin de Paul Tanner. Un gasto total aproximado de 71,000 dólares y la consideración de la revista Rolling Stone como la sexta mejor canción de todos los tiempos.

«Good Vibrations» fue una odisea desde que la primera luciérnaga de inspiración zigzagueó sobre la cabeza de Brian Wilson, el genio de psique quebradiza que en febrero de 1966, habiendo renunciado a las actuaciones en concierto, componía canciones con la misma frecuencia con la que sacaba cervezas del refrigerador. Ya para entonces, acechaba los límites de la obsesión con tal de componer temas inmaculados, y lo hacía en el momento en que la llegada de la adultez tachoneaba los lienzos inocentoides de la juventud que, oh sorpresa, no era eterna.

La epifanía llegó en las semanas en que el grupo estaba por finalizar las grabaciones de Pet Sounds, su colosal decimoprimer trabajo de estudio. El ritmo era vertiginoso, la creatividad se desparramaba y el ímpetu de un combo de chicos bien peinados y dispuestos a vestir camisas idénticas enmarcaba el ajetreado final de aquel invierno. Los paladines que al unísono ensalzaban a una California esplendorosa y bañada en mar eran los mandones en América y un antídoto ante la Beatlemanía.

Pero justo ahí, por puro feeling y para evitar precipitaciones gratuitas, Brian extirpó «Good Vibrations» de la nueva producción que fue publicada en mayo y que a la postre contó con una promoción y estrategia de marketing tan deficientes de parte de Capitol que muy pronto lució pegatinas de rebaja en las tiendas de discos. Una de las placas más memorables de la historia… a precio de loción promedio.

El single de las vibraciones se cocinó aparte, a fuego lento y trabajando Brian codo con codo con los músicos de sesión hasta que en octubre se dijo satisfecho con el resultado de lo que concibió como su «sinfonía de bolsillo». Había esculpido un corte de pop psicodélico basado en un complejísimo tejido sonoro y armonías como ningún otro en la historia del rock. La marea de voces de Carl Wilson, Mike Love y el propio Brian fue irresistible y encandiló a estadounidenses e ingleses por igual, al grado de llegar al número uno en ambos países, doble bombo que los Boys no habían conseguido.

«Mi madre solía hablarme de vibraciones», explicó Brian sobre las letras de esta maravilla que aterrizó en sociedad con Tony Asher, un consumado de la publicidad. «De niño, no entendía a qué se refería ella, me asustaba la palabra ‘vibraciones’, el solo pensar que las sensaciones invisibles existían. Mi madre me habló de los perros que le ladraban a algunas personas, pero no a todas, así que eso derivó en una larga plática sobre buenas vibraciones».

Alguna vez un soplón anónimo contó una indiscreción de ligas mayores: apenas escuchó «Good Vibrations», Paul McCartney se encerró en un baño con los párpados temblando y las pupilas alcanzando el tamaño de Júpiter. Su pasmo y fascinación por la nueva entrega de The Beach Boys fueron justificados con la excusa falsa de una emergencia estomacal. Solo aquel inodoro pudo saber si, en efecto, el cabecilla de la banda más grande de la historia reconoció que otro grupo, y no el suyo, acababa de crear la canción perfecta.

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