Crédito: Lennon – McCartney

Fue la última ocasión en que los cuatro de Liverpool se presentaron en el show de Ed Sullivan. Y minutos antes de que se abrieran las cortinas del escenario en aquel 14 de agosto de 1965 el director de escena notó a Paul McCartney más tenso que de costumbre. “¿Estás nervioso?”, le preguntó. El “No” del bajista solo agrandó la sospecha. “Pues deberías. Hay setenta y tres millones de personas mirando el televisor”, clavó el técnico con aire estadístico y desalmado.

El grupo apareció en escena y encadenó “I Feel Fine”, “I’m Down”, “Act Naturally” y “Ticket to Ride”. Luego, George Harrison tomó el micrófono para anunciar un corte titulado “Yesterday” y junto a John Lennon y Ringo abandonó el set. El hombre con los ojos más redondos del rock quedó como el único astro de referencia en medio de la nada. Escudado en su guitarra acústica y con un track pregrabado de violines, miró a diestra y siniestra y arrancó el palomazo con la desventaja de un sencillo que no había debutado en los oídos de las fanáticas. Y en las letras se descosió la confesión de un hombre vulnerable, azorado por las sombras del pasado, deseoso de esconderse: “Suddenly, I’m not half the man I used to be, there’s a shadow hanging over me…

Dos minutos después, los murmullos que marcan el remate de la balada dieron paso a los gritos de las presentes. Paul finalmente sonrió.

“Canté ‘Yesterday’ a solas, algo que jamás había sucedido; siempre lo había hecho con la banda. De golpe me indicaron ‘Harás Yesterday’ y yo solo respondí ‘Ok’. Me dije… ‘Vamos, contrólate. Todo está bien’”, recordó un McCartney más sabiondo décadas después, en una charla con David Letterman.

Aquella estampa solitaria en el show de Sullivan correspondía a la esencia de “Yesterday”, el corte más McCartney en el inventario de The Beatles, la composición que, apenas mostrada por Paul a sus compañeros, no encontró mucho respaldo. Ringo y George alegaron que no cabían batería y guitarra, mientras que John disparó fuego amigo a discreción sin reconocer que su ego había sido torpedeado por esta cancioncita cuyo título de trabajo era “Scrambled Eggs”. “Las letras son buenas, pero si analizas la canción como un todo, no dice nada, no sabes qué sucedió. La chica se va y él añora que fuese ayer. Hasta ahí llegas. Tengo mucho respeto por ‘Yesterday’, es la canción de Paul, su bebé, bien hecho. Yo jamás la habría escrito”, le dijo el músico de los anteojos a David Sheffield poco antes de morir.

Visto lo visto, el productor George Martin sugirió a Brian Epstein firmar la pieza como un tema solista de McCartney, pero el manejador respondió con la rapidez de una serpiente amenazada: ‘No, sea lo que sea, no separaremos a The Beatles. Esto es The Beatles. No hacemos diferencias”.

Además del rechazo, la propuesta de Martin tuvo un final aún más sorpresivo: tanto para Capitol en Estados Unidos como para Parlophone en Reino Unido, en los créditos de “Yesterday” se colocaron los apellidos Lennon y McCartney. En ese orden.

Al tiempo que la pieza fue alabada de forma planetaria y ha sido considerada por un algunos críticos como la más grande balada de Paul jamás escrita, John se topó en más de una ocasión con los efectos caprichosos de ser el cocreador oficial de un tema que nunca ocupó sus talentos. “Un día me senté en un restaurante español y el violinista del lugar se acercó a tocar ‘Yesterday’ justo en mi oído. Luego, me pidió autografiarle su instrumento. No supe qué hacer, así que simplemente dije… ‘Ok’ y se lo firmé. En el futuro descubrirá que Paul es el autor de la canción. En fin, supongo que no podía ir de mesa en mesa tocando ‘I am the Walrus’”.

El número 57 de la calle Wimpole en Londres es spot indiscutible para la feligresía de The Beatles. Antiguo hogar de la familia Asher, fue ahí donde los padres de Jane, entonces pareja de Paul, asignaron una pequeña habitación en el ático al joven veinteañero. Complacido y a la vez vigilado por los suegros, el Beatle hizo magia para acomodar un piano junto a la cama. En una de esas noches distintas abrió el ojo de golpe, con una tonadita que le taladraba los pensamientos. “Entre sueños hallé una melodía y al despertar dije… ‘¿Qué es eso?, ¿Fred Astaire?, ¿Cole Porter? Salté de la cama con esa melodía muy clara, y me inventé unas letras tontas… ‘Scrambled eggs, oh my baby, I love your legs, scrambled eggs…´», revivió McCartney en una emisión de la BBC.

En aquel pequeño ático con una ventanita solo cabía Paul. Y su piano. Y su sueño. Y ningún otro objeto. Ningún otro John. Ningún otro Lennon.

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