«Mientras grabábamos el álbum (Van Halen), me aparecí un día muy temprano en el estudio y empecé a calentar porque tenía una tocada el fin de semana y quería practicar mi solo de guitarra. Nuestro productor, Ted Templeman, pasó por ahí en esos momentos y preguntó… ‘¿Qué es eso?’ ¡Registrémoslo en una cinta!’» Más por complacerle que por creer con sinceridad que había algo más que unos cuantos dribles emocionantes de su Frankenstrat blanca -aún no la pintaba de rojo- Eddie Van Halen hizo sonar el solo tres veces más y dejó que Templeman y el ingeniero Don Landee eligieran la versión que más les llenara el oído. Acto seguido, el melenudo guitarrista nacido en Nimega, Holanda, salió de la habitación y fue a comprar un six de cervezas.
En un tris llegó el consenso y con el espaldarazo del atractivo hombre elástico, David Lee Roth, además de Michael Anthony y Alex Van Halen, «Eruption» vio la luz oficialmente para no apagarse jamás: tuvo certificado de nacimiento, espacio en el tracklist del disco homónimo de 1978 y -lo mejor de todo- presencia consistente en innumerables polls y rankings ociosos que intentan determinar los mejores solos de guitarra en la historia del rock. Acá sí había con qué colocarlo en el Olimpo. Era gloria pura grabada y mezclada por 46,000 dólares, una ganga ideal para presumir en el cotorreo de banqueta.
Ni qué decir del título: incandescente, arrojado, propicio, preciso. Porque se trata del momento exacto en que un visionario como Templeman se topó con la bestia rockera en vivo y decidió grabarle en plena metamorfosis, justo cuando atacaba sin misericordia las cuerdas, indomable y electrizado debajo de la luna llena. Los pocos segundos que puede verse un cometa y que crearon historia y mito y escuela y veneración.
Con todo y todo, y pese a que la citó en varias entrevistas como una de sus creaciones preferidas, el prodigioso Eddie nunca quedó del todo satisfecho con los poco más de cien segundos de «Eruption» que quedaron plasmados en la placa, según confesó el propio maestro del tapping en una entrevista con la revista Guitar World. «Ni siquiera la toqué bien. Hay un error hacia el final de la misma. Cada vez que la escucho, pienso… ‘Pude haberlo hecho mucho mejor…’»
Pese a tan elástico uso de la modestia, la pieza acompañó a Van Halen por el resto de su vida, retumbando en directo tanto en su etapa de greñudo incontenible que acostumbraba tirarse al piso para ensanchar su performance como en la fase de adulto de casquete corto, barba de candado y mesura notable.
Quienes se volvieron leales devotos de la agrupación californiana recordarán el instante cúspide de sus conciertos: las luces bajaban, Eddie le pegaba tres fumadas a su cigarrillo, luego clavaba la cola de éste en el extremo de la guitarra y tras una brevísima pausa, daba paso a la transformación. Crecía el pelo, se hinchaba la piel, se encogían los ojos y se quebraban los huesos.
Y debajo del rayo de luna, con la noche en pleno y la guitarra temblando, la bestia comenzaba su acto de demolición.
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