
En plena entrevista telefónica desde la suite de un lujoso hotel en San Francisco el rapero Tone-Lōc tapa la bocina del auricular a medias, intencionalmente a medias. «Díganle a esta chica que se ponga ropa y deje de estar dando vueltas desnuda frente a mí… Ajá, sí, disculpa, aquí estoy», alardea el cantante de veintidós años como si la llamada del reportero del Phoenix New Times le hubiese pillado precisamente en el rato en que está en modo sultán. «Es algo difícil de creer. A esta chica simplemente le encanta mi voz. Te sorprendería saber qué tan atractivo te vuelves cuando haces discos», lanza el californiano modulando su tono de voz para hacerlo más profundo y donjuanesco.
Todo este mamotreto de Lōc se dio en febrero de 1989, el mes en que «Wild Thing», el primer tiro de promoción de su álbum inaugural Loc-ed After Dark, encalló en el segundo puesto del Billboard Hot 100, quedando a un tris de destronar a Paula Abdul y su «Straight Up».
En algo conectaban sus desplantes presuntuosos con la lírica del primer sencillo de hip hop en la historia que despachó un millón de copias y fue certificado doble platino: «Wild Thing» era un eufemismo de sexo y cada uno de sus cuatro versos describe un encuentro con alguien distinto. Con una base de guitarra eléctrica y respiraciones agitadas que aderezan el contagioso rap rock, el casanova va narrando sus peripecias carnales, pero la última se interrumpe cuando el divo se percata de que la chica en cuestión trae exceso de labial y tarifa estipulada: cincuenta dólares por round. Ofendido, el caballero remata con un «Hasta la vista, baby«.
Algo ha quedado claro: la forma juguetona de Lōc para narrar sus ligoteos, lejana a la de raperos gansta pistola en mano o a la de negros descamisados que enseñan extremidades musculosas, lo vuelven fenómeno aparte. Carente de un abdomen de acero, Tone recita como nadie historietas de sexo malogrado y así consuma sus propias verbenas entre sábanas. Es su sentido del humor lo que exuda mojo.
«Todavía hoy en día, la gente me dice… ‘Oh, Dios, la primera vez que tuve sexo en la vida, lo hice con esa canción de fondo’. Personas que se graduaron de Penn State aún quieren que yo vuelva y la cante porque les recuerda sus años salvajes en la universidad», dijo en 2016 a Entertainment Weekly.
El impacto cósmico de «Wild Thing», sin embargo, acarreó sinsabores. El primer medio minuto de la pieza invocó a los puristas y atrajo la furia de Van Halen, unos greñudos multiventas liderados por un tal Eddie que tocaba la guitarra como ningún otro humano, y que le acusaron de plagiar varios segundos de «Jamie’s Cryin’», tema del primer álbum del grupo editado en 1978. «Simplemente la hice más funk», justificó cínicamente Tone, creyendo que el chistorete le salvaría el pellejo. «Ellos (Van Halen) no soy pobres ni de cerca, son unas ardillas enormes acaparando todas las nueces. Yo solo soy una ardillita buscando mi nuez».
La parábola del roedor fue estéril. El californiano pagó a los Van Halen 180,000 dólares, billetiza irrisoria o excesiva según se vea, pero es un hecho que sumaba más del cuádruple de lo que costó toda la producción de la placa debut del cuarteto. Sin aludir a esta inconveniente desproporción, el baterista Alex Van Halen mantuvo su postura de ofendido: «Al menos nos fue retribuido algo. Este Tone-Lōc y su gente sacaron millones de la maniobra».
Abierto el camino a una legión de nuevos raperos, los años 90 serían tierra gloriosa para el hip hop, si bien las fórmulas para llegar a la cumbre no variarían demasiado. Un tal Vanilla Ice inauguraría la década sampleando sin permiso la base de bajo de «Under Pressure» y también acabaría pagándolo caro. Pero al igual que Tone, su osadía le rodearía de chicas, fama, ofertas, flashazos y oportunidades para emprender una y otra vez el «wild thing«.
«Took her to the hotel, she said, ‘You’re the king’. I said, «Well, be my queen if you know what I mean, and let’s do the wild thing…«
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