
«Durante años esta enfermedad me mantuvo batallando con problemas como la indefensión y la exclusión desde una edad muy temprana. El padecimiento era más fuerte que yo y me dejó cicatrices que se han vuelto parte de mi vida. Aceptarlas ha tomado mucho tiempo, pero me ha convertido en lo que soy ahora: una luchadora. ‘Control’ no es únicamente la historia del desenlace de una larga batalla para mí, sino también el comienzo de lo que significa dejar atrás ese pasado.»
Más que la simple y llana descripción de una composición luciérnaga sobre una infancia grisácea, lo que la alemana Zoe Wees manifestó en una entrevista con Spotify a mediados de 2020 con respecto al sencillo debut de su carrera como cantautora es un resumen de lo que implicó vivir un sinnúmero de noches y madrugadas lidiando con un demonio silencioso, despiadado e invisible: la epilepsia rodántica benigna.
Entre techos mirones y cobijas mudas, Zoe fue presa de ráfagas convulsivas, hormigueos faciales y episodios de parálisis lo suficientemente constantes como para comprender que esto sumergía poco a poco el amanecer de su vida en un sufrir impropio de cualquier chicuela. Las rachas de borrascas violentas partían las horas y acarreaban un crepitar corporal que, sin embargo, hacía menos ruido que el vuelo de una libélula. Latigazos en mute. Nadie escuchaba la batalla. «La canción está dedicada a una maestra de la escuela que tuvo un papel trascendental en aquel tiempo, apoyándome en los periodos más difíciles de mi epilepsia, tanto en el aula como en el hospital», confesó Wees en un ida y vuelta con la revista Wonderland.
Antes que concebir su padecimiento como un motivo para llorar a cántaros o como experiencia flagelante que diera pie a un burdo cliché, la nacida en Hamburgo lo vio como una bujía potente y efectiva para aventar el alma en cada estrofa y lucir su gran baza: esa voz profunda y vulnerable, capaz de hacer llorar a las estatuas. Alguien le aconsejó suavizar la roca y tomar al fantasma de aliado. «Me siento muy feliz por la posibilidad de contar mi historia y hacer el intento de ayudar a otras personas que están atravesando sus propios infiernos», dijo la cantante germana en otra oportunidad.
Con menos de cuatro minutos, «Control» es una pieza de porcelana que evoca aquellas tormentas mudas de una niñez con la mitad de años de siesta y una doble ración de martirios. Un manantial de versos que salpican temor, angustia, aflicción y pesadumbre. Y que, pese a todo eso, cautivan… y ayudan a sanar.
Después de la tormenta, la calma, la balada, las hadas.
«Early in the morning I still get a little bit nervous, fighting my anxiety constantly, I try to control it, even when I know it’s been forever I can still feel this pain…«
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