Cándida enemiga

TWPBWIINSBBBVA7ANQ66W4RUSQEl 12 de junio de 1963 Medgar Evers, activista por los derechos civiles estadounidenses, fue asesinado en Mississippi y menos de cien días después cuatro niñas negras murieron con un estallido dentro de un templo bautista de la Calle 16, en Birmingham, Alabama.

Cuando supo de estas tragedias, Eunice Waymon, al tiempo convertida en la gran Nina Simone, se sintió flagelada y deseosa de desahogar su rabia de dos maneras muy distintas. «Me encerré en una habitación y esa canción simplemente emergió. Medgar Evers había sido acribillado recientemente», expresó la volátil diva en I Got Thunder: Black Women Songwriters and Their Craft. «En un primer momento quise fabricar mi propia pistola y de hecho conseguí algunos materiales para eso. Pero ahí, Andy (Stroud), mi esposo en aquel tiempo, me dijo… ‘Nina, no puedes matar a alguien, lo tuyo es la música, haz lo que te corresponde…’» Por hacer caso a un buen consejo es que existe «Mississippi Goddam», himno de 1964 atestado de emociones arrebatadoras y sin el cual todo análisis sobre la carrera y perfil de Simone, la encorvada artista de apariencia faraónica y primera pianista negra en presentarse en el Carnegie Hall neoyorquino, queda trunco.

Aunque indispensable en cualquier Best of… que se haga de Nina, «Mississippi Goddam» no fue una canción aceptada por unanimidad. Su propio título jugó en contra, ya que una barra de críticos concluyó que se trataba más de un ataque religioso que de un tema protesta ante la segregación y la violencia racial. Sucede que Simone, desde las fases más tempranas de su vida, había estado a roce directo con el quemante racismo.

Cuando niña, caminaba varios kilómetros para tomar clases sabatinas de piano clásico durante una hora, y lo hacía andando paralelamente a las vías del tren que entonces servían para dividir a blancos y negros. Así, los rieles eran fierros mudos y oxidados con una misión inusitada: advertir. Pero para Simone, llegar al sitio donde tomaba estas lecciones, abrir la libreta con los pentagramas de J. S. Bach y oír la apacible y aterciopelada voz de su mentora, una damisela de edad avanzada con apellido europeo y un cutis blanco como las estrellas, era algo tan placentero que, a la vez, le sembraba una confusión mayúscula: el enemigo la instruía, la orientaba, la pulía y la alentaba a recorrer aquel sendero ferroviario siete días después, acompañada de una sonrisa y un motivo. Inconcebible.

Sin embargo, la infancia expiró y, con ella, la inocencia y capacidad de Nina para ser indiferente a las atrocidades de un racismo que en los sesentas se manifestó por la vía criminal: «Cuando asesinaron a esas cuatro niñas en la iglesia, fue el colmo. Primero viene la depresión, luego llega la rabia. Por eso (‘Mississippi Goddam’) es una canción emotiva y violenta», dijo en otro momento la cantante que se atrevió a titular así la composición, sin tapujos, complejos ni esos muchos temores que a otros les hicieron dar tres pasos y retroceder dos.

El 25 de marzo de 1965 Nina entonó envalentonada y vigorosa «Mississippi Goddam» al terminar la histórica marcha de Selma a Montgomery en contra de la opresión racial. Conmovido y con ojos temblorosos, Martin Luther King atestiguó la monumental interpretación de su amiga, quien con camisa blanca, chaleco oscuro y falda cuadriculada, venía de traspasar los cercos policiales junto a un puñado de activistas negros.

Pocos han podido tomar un micrófono y cantar con el alma, minutos después de sentir a centímetros el calor de un rifle listo para matar.

«Hound dogs on my trail, school children sitting in jail, black cat cross my path, I think every day’s gonna be my last…»

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